El ajusticiado número 1.000
Robin Lovitt, negro, 41 años, condenado por asesinato y símbolo de la lucha contra la pena de muerte, se convertirá hoy en macabra estadística desde que se reinstauró la condena hace 28 años
Si un milagro de última hora no lo impide, Robin Lovitt se convertirá hoy en el preso número 1.000 que morirá en una cárcel estadounidense desde que el Tribunal Supremo reestableció la pena capital en 1976. La cara y el nombre de este acusado de asesinar al encargado de unos billares con unas tijeras se ha convertido ya en todo un símbolo para los movimientos que piden la abolición de la pena de muerte, pero también para aquellos que siguen apoyando el último recurso contra los delincuentes. Antes que él , esta misma semana, fueron ejecutados John Hicks y Eric Nance. El luctuoso aniversario ha resucitado una vez más el debate sobre la utilidad de la pena de muerte en un país donde está vigente en 38 de sus estados y que, según las más recientes cifras, mantenía en los corredores de la muerte a 3.471 reos. Pero contra lo que pudiera parecer, y de acuerdo al Centro de Información para la Pena de Muerte, la ejecución número 1.000 coincide con la erosión del apoyo de los ciudadanos a la pena capital. Una encuesta del mes pasado señala que en la actualidad el 64 % de los estadounidenses se mostraban a favor de la medida, que si bien es un alto porcentaje es menor que el 80% que lo hacía en los años 90. También el número de ejecuciones ha disminuido en los últimos años a la mitad. 122 inocentes Frente a las 98 ejecuciones registradas en 1999, que marcó record, el año pasado murieron «legalmente» 59 personas. En todo esto algo ha tenido que ver que en los últimos 30 años, 122 condenados a muerte hayan salido de prisión tras demostrarse su inocencia. Según denunció Amnistía Internacional en una campaña puesta en marcha coincidiendo con este trágico aniversario, la pena de muerte es «por naturaleza ineficaz, arbitraria y no acaba con el crimen». En 1976, la Corte Suprema restableció la máxima pena tras una moratoria de diez años. Desde entonces, el sistema judicial ha ordenado la ejecución de un preso cada 10 días de promedio. La mayoría en Estados del sur, donde predomina la comunidad negra, y en solo unos cuantos del norte. En este sentido, Texas y Virginia -donde será ajusticiado Lovitt- tienen el trágico honor de haber sumado entre ambas casi la mitad del millar de ejecuciones. Y la palma se la llevó George W. Bush como gobernador de Texas (1994-2000), periodo en el cual pasaron por la silla eléctrica 149 presos. El perfil de los ejecutados es similar. En su mayoría son hombres o mujeres negros, desfavorecidos económicamente y con poca o ninguna posibilidad de contar con un abogado competente, recuerda Amnistía Internacional. Muchos sufren retraso mental o eran menores.