La única esperanza es queel poder modere a Hamás
Israel debe leer el mensaje de las urnas y comprender que no tendrá paz hasta que dé una solución justa a los palestinos; y EE.UU. tiene que presionar
La victoria de Hamás, un grupo islamista considerado terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, supone no sólo un vuelco en la geopolítica de Oriente Próximo sino también un desafío para los politólogos. El denominado Movimiento de Resistencia Islámico ha concurrido a las urnas como una formación legal y ha ganado las elecciones de forma apabullante y limpia. Pero defiende la lucha armada y la destrucción de Israel en sus estatutos y ha sido responsable del asesinato de numerosos civiles israelíes. ¿Son estos principios y estas actuaciones compatibles con gobernar? La respuesta lógica sería no. Pero no estamos hablando de un país normal, estamos hablando de Palestina, un lugar ocupado por Israel en contra de la legalidad internacional. ¿Se puede contradecir la voluntad libremente expresada de los palestinos? Claramente no, porque si se hiciera la democracia quedaría irremisiblemente dañada, como sucedió en Argelia cuando vencieron los islamistas del FIS y los militares evitaron que estos accedieran al poder. Desde luego, lo deseable sería que los fundamentalistas renunciaran a utilizar la violencia y a acabar con su vecino. Podría suceder, aunque no a corto plazo. Pero muchos palestinos consideran equivalente la lucha armada con el terrorismo de Estado que practica Israel, con asesinatos selectivos y represión de la población civil. La paradoja es que moralmente no sería lícito que gobernara un grupo terrorista, pero no permitirlo va directamente contra la democracia. Por tanto, la única vía es que Hamás gobierne y se dé cuenta de que sólo hay futuro mediante el diálogo con su enemigo y no matando civiles. La única esperanza es que el poder modere a Hamás; Israel lea el mensaje de las urnas y comprenda que no tendrá paz hasta que facilite una solución justa para los palestinos; y Estados Unidos presione de verdad al sucesor de Ariel Sharón. El triunfo de Hamás introduce un escenario de pesadilla, provoca muchas incógnitas difíciles de despejar y perjudica aún más un proceso de paz por otra parte ya moribundo. El fracaso del mismo ha sido un factor determinante en la victoria de Hamás. Buena parte de la responsabilidad de ese estancamiento la tiene Bush, que no ha movido un dedo para solucionar el contencioso, pese a las promesas que hizo tras invadir Irak. Todos pierden, incluso el partido ganador, que no contaba con serlo, sólo pretendía, como mucho, entrar en un gobierno de unidad con Al Fatah para no asumir la responsabilidad total y enfrentarse con una situación endiablada. Por su parte, Al Fatah, el movimiento creado por Yaser Arafat, sufre una derrota humillante y paga la corrupción, el nepotismo y la ineficacia con que los que ha gobernado desde hace diez años. En el mundo árabe refuerza a los grupos islamistas, lo que es una muy mala noticia para Occidente. Supone un golpe frontal a la política de George W. Bush en Oriente Próximo. La idea de sus halcones de rediseñar el mapa de la zona, mediante una democratización controlada siempre desde Washington, ha quedado malherida. El ascenso de un grupo islamista y terrorista muestra también los efectos perversos de la guerra de Irak. Lejos de suponer un freno al islamismo radical ha sido un acelerador. Por último, es un revés para la Unión Europea. ¿Seguirá financiado generosamente a una Autoridad Nacional Palestina con Hamás al frente?