Diario de León

Seis suníes muertos y 27 mezquitas de esa confesión fueron atacadas en respuesta | Crónica | La siembra de la discordia |

Un atentado a un santuario chií en Irak desata la violencia fanática Golpe en un momento crítico

Las autoridades piden calma a los iraquíes para evitar una guerra civil en el país

Iraquíes caminan sobre los escombros del templo del Imán Ali Al-Hadi en Samarra, al norte de Bagdad

Iraquíes caminan sobre los escombros del templo del Imán Ali Al-Hadi en Samarra, al norte de Bagdad

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colpisa | bagdad Anne-Beatrice Clasmann - el cairo

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La destrucción parcial de uno de los lugares sagrados chiíes en Samarra, al norte de Bagdad, conmocionó ayer al país, cuyo gobierno pidió a la población que no caiga en la trampa de una guerra civil. Sin embargo, poco después del ataque, llegaron las primeras represalias: seis iraquíes suníes murieron, 27 mezquitas de esa confesión fueron atacadas y un local del Partido Islámico suní destrozado. La principal autoridad chií, el ayatolá Ali Sistani, pidió «calma y no atacar las mezquitas». Según el ministerio del Interior, un imán y tres fieles murieron en una mezquita en el oeste de Bagdad y dos imames más perdieron la vida en dos mezquitas en el sur y el este de la capital. Un cuarto imán fue secuestrado en la capital. En la región de Karj, al oeste de Bagdad, nueve mezquitas fueron atacadas y 18 en Rasafa, en el sector oriental de la capital. La mezquita Ali al Azzim en Ghazaliyá fue quemada y la puerta de otra en la misma región fue incendiada. Por otra parte, un guardia de seguridad del Partido Islámico (principal formación suní) fue herido durante el incendio de una oficina de esa organización en Nasiriyá, a 375 kilómetros al sur de Bagdad, indicó la policía local. Los llamamientos a la calma tras estos ataques se sucedieron. El jefe del Estado, Jalal Talabani, emplazó a mostrar «sangre fría y unidad para desbaratar los planes desgraciados de los takfiris» (extremistas suníes). El primer ministro, Ibrahim Jaafari, anunció un duelo nacional de tres días, mientras que el ayatolá Sistani decretó un duelo de una semana, solicitando a la población que «exprese su condena a este acto», indicó un responsable de su oficina. La marca de Al Qaida El asesor para la seguridad nacional, Muaffak al Rubai, vio en el atentado de Samarra «la marca de Al Qaida» y consideró que los autores trataban de «provocar una guerra civil». Al Rubai exhortó a los iraquíes, suníes y chiíes, a no dejarse «arrastrar por sus pasionea». Por su parte, los dirigentes chiíes también recomendaron moderación y acusaron a los extremistas suníes de instigar dicho atentado. Santuario destruido El sector derecho del mausoleo de los imames Ali al Hadi y Hassan al Askari, una obra maestra arquitectónica islámica de 1.200 años de antigüedad, fue destrozado por una doble explosión. La cúpula de oro fue destruida y el revestimiento de mosaicos turquesas voló en pedazos en el centro de Samarra. En este mausoleo se encuentran las tumbas de dos imames venerados por los chiíes, Ali al Hadi y Hassan al Askari. En el lugar del atentado, un coronel de las fuerzas especiales del ministerio del Interior indicó que «cuatro hombres, el jefe vestido con ropa de comando y otros tres vestidos de negro y enmascarados, entraron el martes por la noche al mausoleo y ataron a los cinco policías de guardia». «Durante la noche colocaron dos cargas que estallaron poco antes de las 7:00 horas antes de escapar», agregó. En Bagdad, en el barrio chií de Ciudad Sáder, unas 10.000 personas se reunieron cerca de la oficina del jefe radical Moqtada Sáder, gritando consignas contra «los apóstatas wahabíes» y los norteamericanos», acusándolos «de querer provocar la sedición». Con su ataque contra el santuario de peregrinación chiíta en Samarra, los insurgentes esperan sembrar la discordia entre los diferentes grupos religiosos de Irak. Todos los iraquíes comparten esta opinión del presidente Yalal Talabani. Sólo dos grupos son esta vez los posibles responsables del atentado. Pueden ser terroristas sunitas como el grupo local de Al Qaida que lidera Abu Musab al Zarqaui, pues estos fanáticos religiosos consideran a los musulmanes chiítas tan «infieles» como a los soldados extranjeros. Los sitios sagrados de los chiítas sirven para estos extremistas, cercanos a la secta wahabí del islam, a la idolatría. La otra posibilidad apunta a los simpatizantes del derrocado régimen de Sadam Husseín, que no dan importancia a la religión. Sólo les importa evitar la formación de un nuevo gobierno en el que por primera vez los principales partidos sunitas se sumarán a los chiítas y kurdos. Algunos manifestantes en Samarra gritaban tras la explosión «Muerte a Estados Unidos», pero el gobierno de Washington muestra ahora más interés que nunca en la creación de un gobierno de unidad nacional. Pero el atentado contra el templo de los dos imanes chiítas encuentra a Irak en una fase especialmente crítica. Bagdad debe ser en los próximos días escenario del nacimiento de un nuevo gobierno que estará menos dominado por los partidos chiítas religiosos que la actual administración interina. Estados Unidos apoya además el reclamo de sunitas y kurdos para que los chiítas cedan una parte del control de las fuerzas de seguridad. Los últimos informes sobre la persecución y asesinato de sunitas a manos de unidades especial del Ministerio del Interior, dirigido por un político chiíta, ha llevado a que muchos sunitas vean en las fuerzas especiales del ministerio al brazo armado de los partidos chiítas. En los últimos meses hubo también reportes sobre acciones subversivas de agentes del servicio secreto iraní en Irak, pero puede descartarse que representantes de un Estado chiíta vuelen por los aires un santuario chiíta.

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