Diario de León

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La indiferencia de Lisboa

La capital portuguesa asiste sin demasiado interés al traspaso de la Presidencia de Jorge Sampaio a Cavaco Silva que tiene lugar hoy ante más de 900 invitados

CHARLES DHARAPAK

CHARLES DHARAPAK

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A. Magro/G. Rivas - enviados especiales | lisboa
León

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Bush regresa a Nueva Orleans El presidente de EE.UU., George W. Bush, en medio de una creciente polémica por su responsabilidad en la respuesta al huracán Katrina , visitó ayer la zona afectada en Luisiana y Misisipi seis meses después del desastre. Bush recorrió la zona después de que en las últimas semanas hayan salido a la luz una serie de informes y de grabaciones que apuntan a que no reaccionó de manera adecuada al huracán y sabía más que lo admitió sobre la inundación de Nueva Orleans. | efe Mientras Oporto camina con las manos en los bolsillos, Lisboa corre hasta para comer. Oporto se mira al espejo y frunce el ceño; Lisboa se pinta de nuevo y sonríe. Mientras Oporto emigra, Lisboa estrena embajadas. Oporto llora, Lisboa mama. El corazón de Portugal atesora el vigor perdido por el resto del país. Llámenlo centralismo, carácter, suerte o como les plazca, pero la ciudad lisboeta es sin duda lo más parecido a una capital que tiene Portugal. Los colores y matices de su cruce de razas, acentos y culturas dejan claro que a los pies del Tajo se alza el último bastión del extinto, basto y ambicioso imperio portugués. Hay algo en sus calles a veces limpias y siempre empedradas que no abunda en el resto del país de la crisis: una clase media con algunos euros en el bolsillo. Y se nota, vaya si se nota. Las calles bullen. El dinero sigue viajando en billetes de a cinco, pero al menos viaja. Y las tiendas de moda están igual de vacías, pero el aspecto de los ciudadanos no admite dudas: hace poco que fueron de compras. Los zapatos gastados que calza Oporto se convierten en tacones de diseño en una capital acostumbrada a saludar a habitantes de todo el mundo. Lisboa sigue siendo coqueta. Es una ciudad activa y ocupada. No está en su mejor momento, pero el vigor supura: se observa en los trazos de sus pintores callejeros y en la insistencia de los abundantes y descarados traficantes de drogas que pululan entre los turistas. Quizá por todo ello, Lisboa mira hoy hacia otro lado, mientras el mundo visita a su nuevo presidente, Cavaco Silva. No es que no le interese, sino que tiene mucho que hacer. «Aquí cada poco cambia algún político, y mis facturas no esperan», apunta con sorna un comercial de seguros, que ni llora, ni pasea, ni se detiene para que lo entrevisten.

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