| Análisis | La polémica reforma laboral francesa |
Una multitud de tres personas
Todas las decisiones parecen tomarse en función del complicado trío político que forman Sarkozy y Villepin, con Chirac como figura paterna que intenta mediar en el conflicto
Como si se tratase de un país poblado únicamente por tres personas, en Francia, al final, todo asunto político acaban convirtiéndose en un conflicto entre Chirac, Villepin y Sarkozy. Es decir, entre el presidente de la República, su primer ministro y el líder del partido de ambos, la UMP. Están también, por supuesto, el millón y medio de manifestantes, en su mayoría estudiantes y sindicalistas que se oponen a la reforma laboral de Villepin; así como la patronal francesa, que la aprueba. Pero todas las decisiones que afectan a esa reforma parecen tomarse en función del complicado trío político que forman los dos rivales in pectore de las presidenciales del año que viene (Sarkozy y Villepin), con Chirac como figura paterna que intenta mediar, pero que, como el padre de Al Este del Edén , defiende más a un hijo que al otro. Desde el principio, la idea de introducir flexibilidad en el mercado laboral fue una jugada de Villepin para arrinconar a Sarkozy como futuro líder de la derecha. Cuando, durante la crisis de las banlieuses, Sarkozy hacía el papel de «duro», Villepin propuso esta reforma laboral como un paliativo al desempleo juvenil. Pero no le ha salido bien, y no tanto por el contenido de la ley como por el modo de ponerla en marcha: mediante el artículo 49 de la Constitución, que permite votar una ley sin debate parlamentario ni consultas a los agentes sociales. Villepin hubiese tenido que enfrentarse a una seria oposición de todos modos, pero de esta forma ha soliviantado incluso a la centrista UDF, que forma parte de su propia mayoría gubernamental. El problema que tiene Villepin ahora es que no puede dar marcha atrás sin parecer débil e indeciso. Tal y como están las cosas, para él sería bueno incluso que el Tribunal Constitucional echase abajo su reforma. Por eso, Chirac intentó ayudarle el viernes anunciando modificaciones a la ley. No ha contentado a nadie, pero su objetivo era, seguramente, era otro: implicar a Sarkozy, haciendo que sea la UMP, y no el gobierno, el que presente la ley, ligeramente modificada. Sarkozy es el presidente de la UMP, por lo que su suerte quedará atada a la de su rival, mientras que a cambio siempre puede presentar las modificaciones como su logro personal. Después de todo, a Sarkozy le interesa que la posición de Villepin se deteriore, pero no demasiado. Además de presidente del partido, Sarkozy es ministro del Interior, y si la calle estalla este martes, el día señalado para el pulso definitivo de los manifestantes al gobierno, él puede salir tan dañado o más que su rival. Ambos tienen motivos para estar preocupados. La historia de Francia es la de sus manifestaciones. Un repaso a las más recientes: En 1986, las protestas hicieron archivar la reforma universitaria; en 1994, Balladour cayó por proponer, precisamente, una reforma laboral; y al año siguiente fue Juppe el que perdió el poder por querer reformar el sistema de pensiones. Aún el año pasado los alumnos de secundaria obligaron a retirar una reforma escolar. El martes, la calle volverá a probar suerte.