Diario de León
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Enrique Vázquez - madrid
León

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Más allá de las consideraciones técnico-políticas sobre inmigración, el presidente Bush terminó por hacer algo tan infrecuente en los EE.UU. que es subrayado por algunos medios: llamar al ejército para ayudar a resolver un problema político y desplegar seis mil soldados en la frontera con México. Se trata de guardias nacionales (las tropas de cada Estado), no de los soldados profesionales de elite que libran, por ejemplo en Irak, la guerra contra el terrorismo, pero no hay duda de que deberán hacer labores de Policía y de que su despliegue y la polémica subsiguiente -el papel de los gobiernos estatales en California, Arizona, Nuevo México y Texas- crearán un seguro problema adicional mientras se intenta resolver otro. Bush dio una lección de lo que su campaña primera llamó «conservadurismo compasivo» matizado con un tono severo que, en resumen, es un cóctel cercano a una tercera vía: la frontera debe ser sellada porque por ella entra el 40% de los ilegales. No habrá regularización masiva, pero sí fórmulas temporales que permitan aflorar a gran parte de ellos y aliviar la situación. El presidente sabe que el problema no podrá ser resuelto con medidas de control material en tierra porque, como sucede en España, más de la mitad de los inmigrantes llegan al país legalmente, con un visado y por los aeropuertos. Después incumplen la obligación de salir y entran en la economía sumergida esperando mejores tiempos. Pretender que eso termine del todo es imposible. Atento al eco político y no solo técnico de su conducta, el presidente recalcó que no se trata de militarizar la vasta frontera y sugirió que la discutida medida será temporal, aunque no precisó cuando podrá ser levantada. Esto implica que el debate abierto entre Estados y política federal se reavivará y podrá cambiar con rapidez al hilo de las diversas elecciones.

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