Diario de León

El padre de los dos palestinos secuestrados exige un cambio de prisioneros

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e. g. c. | fatá
León

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«Fue el 24 de junio a las 2.30 de la madrugada. Estaba durmiendo en el patio, que es más fresco que la casa, cuando oí ruidos. Pensé que eran ladrones pero en seguida me enfocaron a la cara para que no viera nada. Eran soldados. Me ataron las manos y los pies, me derribaron de una patada en la espalda y me dieron una paliza». Ali Abu Muammar, un hombre de 63 años, padre de seis hijos y una hija, describe con todo lujo de detalles la primera operación de secuestro que ejecutó el Ejército israelí en la franja de Gaza desde la evacuación de colonos y militares hace un año, y que fue en su domicilio, en una casa aislada cercana a Rafá. Los soldados se llevaron a dos de sus hijos, Osama, un médico de 30 años padre de dos niñas, y Mustafa, estudiante de Derecho y religión en la Universidad Islámica de Gaza, un feudo de Hamás. Ambos están ahora en una prisión de Ashkelon, en el sur de Israel, y todavía no se han presentado cargos contra ellos. Sólo un día después, tres milicias palestinas secuestraron al soldado Guilad Shalit como respuesta y ahora las tropas israelíes bombardean y cercan Gaza. Nada que perder «No deso que le ocurra nada malo al soldado, pero para liberarlo Israel debe pagar un precio. Ellos tienen a 9.000 palestinos en la cárcel y me parece razonable que pongan en libertad a una parte de ellos a cambio de la libertad del soldado. Sí, estoy a favor del secuestro del soldado, incluso aunque tengamos que padecer los bombardeos de los últimos días y los asesinatos. Los palestinos no tenemos nada que perder. Hemos de hacer como Hizbolá, que intercambia prisioneros con Israel», dice. Ali insiste en que, en contra de lo que dijo el Ejército, sus hijos ni son milicianos de Hamás ni están metidos en política, y no se explica cómo fueron a parar a su casa los soldados. «Es una mentira completa. Israel siempre miente para justificar lo que hace». En una huerta se ven los impactos de las bombas, unos junto a otros, en algunos lugares los cráteres están a apenas cinco metros de distancia entre sí. «Quieren asustar a la gente para que se vaya, pero nunca nos iremos», asegura Ali.

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