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Los últimos pies mojados

La cubana Morelia Croes llegó a EE.UU. hace un mes a bordo de una barca repleta de exiliados; en el camino perdió a una compañera y se ganó el derecho a quedarse en el país

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Tatiana López - enviada especial | la habana
León

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«De Cuba sólo se sale o del brazo de un europeo o por mar». Morelia Croes, cubana de 34 años, eligió la segunda opción. En el camino perdió 150 dólares (que donó para la construcción de la balsa), y a una de sus compañeras. «Por eso es que yo digo que ya no me puede pasar nada peor, ya no me quedan lágrimas». Las pocas que aún guardaba las había derramado unos minutos antes en un emotivo reecuentro con su antiguo compañero de trabajo Lázaro Mató, exiliado en Miami desde hace cuatro años. Su peripecia acaparaba hace un mes la prensa local, después de que una de las ocupantes de la balsa, Aneia Machado, muriera a pocas millas de las playas de Miami durante una persecución policial con los guardacostas. «Fue todo por culpa de los guardias. Comenzaron a dispararnos y en medio del tiroteo ella se golpeó la cabeza y murió. Así es como me recibió a mí el país», asegura Morelia, ahora imputada como testigo en el juicio por asesinato. La tragedia, sin embargo, conseguió abrirles las puertas de un país que sólo en julio ha deportado a más de 159 balseros en virtud de la popular ley «pies secos-pies mojados». Este reglamento impide entrar en el país a cualquier cubano intervenido en alta mar. Una política que la Administración norteamericana podría endurecer aún más, al parecer con la colaboración del Ejército y los guardacostas. Un plan que para José Basalto, presidente de la fundación Hermanos al rescate, dedicados a ayudar a los balseros a llegar hasta territorio seco, «llevan años preparando. Cuba y EE. UU. puede que no tengan buena relación, pero los dos coinciden en que no quieren que Florida se llene de exiliados». 10.000 dólares por viaje Según Basalto, fue precisamente esta presión sobre los «refugiados y no emigrantes», la que obligó a su organización a dejar de trabajar hace ya tres años. «Nosotros no queríamos contribuir a la repatriación masiva de cubanos, a este acoso a nuestro pueblo». Esta persecución habría be-neficiado además a la prolife-ración de mafias destinadas a interceptar a los balseros antes que la guardia costera, según el activista cubano. «Es un negocio deplorable, les cobran 10.000 dólares por viaje y una vez que están en su barca hacen lo que quieren con ellos». La sospecha de haber pagado por jugarse la vida pesa en Miami sobre casi todos los balseros, incluida Morelia, quien, después de enfrentarse al mar y a la guarda costera, afrenta la acusación de financiar su exilio con dinero de su familia.

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