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El auge de los ultras amenaza la convivencia política en Bélgica

El éxito de los ultranacionalistas flamencos en los comicios locales amenaza la frágil coalición de liberales y socialistas en el Gobierno federal belga a ocho meses de las elecciones generales el próximo 7 de junio

Una mujer pasa en Berchem ante los carteles electorales de Interés Flamenco

Publicado por
Juan Oliver - corresponsal | bruselas
León

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La victoria de los ultranacionalistas del Vlaans Belang (VB) -Interés Flamenco- en los comicios locales y regionales del pasado fin de semana ha puesto en peligro la frágil coalición de socialistas y liberales que ocupa el Gobierno de Bélgica desde el 2003, y que se enfrentará de nuevo a las urnas en las legislativas del 7 de junio. La ultraderecha ha puesto los ojos en esa fecha para intentar su gran asalto al poder, tras consolidarse como la fuerza en auge en los terri-torios más ricos del país. El Ejecutivo actual es un gobierno arcoiris que encabeza el liberal flamenco Guy Verhofstadt e integrado por quince ministros, cuya filiación responde a una cui-dadosa labor de encaje que pretende respetar no sólo las cuotas de poder entre socialistas y liberales, sino también la distribución regional de influencias entre Flandes y Valonia, las dos grandes regiones del país-la tercera es la capital, Bruselas-, cuyas comunidades se encuentran cada vez más separadas por el agravamiento de sus diferencias lingüísticas, culturales y económicas. Interés Flamenco ha sacado tajada de ese disenso atrincherándose en la oposición y apelando a la secular desconfianza de Flandes hacia la más pobre Valonia, pero también hacia los inmigrantes e incluso hacia las instituciones federales, incluida la monarquía que ostenta el francófono Alberto II. VB combina racismo y xenofobia con un puñado de argumentos secesionistas que incluyen la anexión a Flandes de Bruselas -una pequeña isla francófona al sur de esa región- y la proclamación de una República Flamenca. «Abogamos por la independencia no porque queramos una nación-estado de carácter étnico, sino porque que-remos democracia», dice el eurodiputado del VB Frank Vanhecke, quien sostiene que en Bélgica «los derechos de la mayoría no existen». El programa electoral de su formación arremete contra el débil consenso constitucional que permite convivir a flamencos y valones, y que, desde 1970, establece que los altos cargos con funciones ejecutivas en el Gobierno y en los servicios públicos se reparten a partes iguales entre ambas comunidades. Lo mismo sucede, de acuerdo con otra norma no escrita, con las inversiones del Estado, a pesar de que Valonia cuenta con un 30% de la población frente al 60% de Flandes y al 10% de Bruselas. Aunque hay analistas que pretenden relativizar los resultados del VB alegando que la formación no gobernará en ninguna ciudad importante, su éxito está fuera de toda duda: ha crecido un 6%, ha duplicado su número de concejales y, si bien es cierto que ha perdido la condición de primera fuerza en su feudo, Amberes, ha conseguido a cambio una valiosísima plusvalía: el debate político de aquí a junio se centrará en exclusiva en la cuestión flamenca, y, por extensión en el Vlaams Belang. El primer ministro Guy Verhofstadt parece haber intuido los problemas, y el pasado lunes, pocas horas después de la proclamación de los resultados electorales, convocó a sus quince minis-tros de urgencia. El objetivo no era otro que preparar los ocho meses de constante ero-sión de la convivencia política que se les avecinan.

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