Diario de León

Un observador que se sobrepuso al censor

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M. Cheda - santiago
León

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Morenatti ha pasado el último trienio disparando su cámara entre balas. Al sur de Irak se desplazó en abril del 2003, justo en ese periodo de cierta calma entre la caída de Sadam y el inicio verdadero de una guerra que aún hoy nadie sabe cuándo acabará. Él y otra quincena de periodistas -Letizia Ortiz incluida- compartieron vida a bordo del buque Galicia, atracado en Um Qasr. El viaje incluía entrante, postre y plato fuerte: la visita al recinto de prisioneros Camp Bucca. Gestionadas por estadounidenses, en esas instalaciones se hacinaban 6.500 reos. A 50 grados, tragaban arena de tormentas, caminaban des-calzos entre escorpiones y víboras, les faltaba agua... Guiado por el teniente Shere, que se empeñaba en relatar bondades ilusorias, el grupo recorrió ese infierno. Previamente, el oficial había impuesto normas: no hablar con los capturados ni retratarlos, salvo que no se les reconociera. De repente, mientras Shere disertaba sobre el «correcto» trato que recibían los presos, desde un helicóptero que acababa de aterrizar comenzaron a descender una decena de iraquíes esposados. Al bajar, eran obligados a arrodillarse y situar las manos tras la nuca; sus custodios, entretanto, los encañonaban. Morenatti observó la escena y, con sigilo, la fotografió. Esa imagen iba a ilustrar la crónica que La Voz publicó al día siguiente. Pero la agencia para la que el jerezano trabajaba nunca llegó a distribuirla, tras ceder su dirección a las presiones del gabinete de Federico Trillo, que movió Roma con Santiago en cuanto conoció la existencia de tan impopular instantánea. Aquella noche a Morenatti no se le vio llorar, pero sí desolado, con el llanto tras sus ojos, víctima de la tristeza de quien cree en la profesión y le matan la fe. Pero se sobrepuso

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