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Decenas de afganos huyen de las luchas tribales en el área española

Fuerzas especiales norteamericanas y locales intentan separar a los bandos enfrentados en duros combates y venganzas, con el fin de que la violencia no se extienda a otros territorios

Publicado por
David Beriain - enviado especial | afganistán
León

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Yuna Khan se lo lleva todo. Su ropa, sus cajas, su comida. Por llevarse, se lleva hasta los árboles que había alrededor de su casa. Serán la leña con la que se caliente este invierno. Porque él no piensa volver en los próximos meses. No a su casa, que está en la línea de fuego de la lucha entre los seguidores de Amanullah Khan y los de Arbo Bashir, dos clanes rivales que se empezaron a matar el pasado domingo en el sur de Herat, dentro de la zona de responsabilidad española en Afganistán. Yuna tiene 66 años y mucha prisa. Así que sin parar su burro, sobre el que ha cargado todo lo que tiene, nos cuenta que él se salvó por los pelos. «Después de que asesinaran a Amanullah Khan, sus hom-bres entraron en mi pueblo para cobrarse la venganza. Mataron a todos menos a tres niños. Yo en ese momento estaba en el mercado. Me voy antes de que vuelvan y nos maten a todos», dice. No es el único que se va, le siguen otros afganos y otros burros cargados de cosas. Y Zalwar Acheckzay, de 50 años, que lleva en un hatillo su posesión más preciada, una máquina de coser. Dice que se va lejos. Que él sólo quería ser un granjero con unas pocas ovejas, pero que entre tanto tiro no puede ser. Yuna y Zalwar escapan de ese pueblo casi fantasma que es Langar, uno de los escenarios de la matanza. Allí, todavía se pueden ver los regueros de sangre que dejaron los muertos y dos coches calcinados por el impacto de los cohetes. Más de cien cohetes «Entramos en la zona cuando todavía estaban combatiendo. Fue una lucha tremenda. En menos de una hora los dos bandos se dispararon más de cien cohetes», dice el capitán Jawal Kudomani, jefe de la unidad. Más allá del control de Kudomani se extienden los dominios de los partidarios de Arbo Bashir. Al fondo, varios kilómetros a lo lejos, queda Zer Quh, el bastión de las milicias de Amanullah Khan. Y en medio, 15 vehículos de combate de las fuerzas especiales norteamericanas, comandos rumanos y una decena de todoterrenos del Ejército afgano. Son la barrera que separa a los dos bandos y a sus ganas de ajustar cuentas. Las tropas españolas no tienen previsto actuar. «Los británicos enviaron un avión para que sobrevolara la zona a baja altura y advirtiera a los combatientes que tenían que parar. Después llegamos nosotros. Ahora la cosa está en calma, pero vamos a ver qué pasa porque la zona se puede desestabilizar. Y los talibanes aprovechan este tipo de situaciones para hacerse con el control», dice el comandante norteameri-cano, que prefiere no dar su nombre. El Gobierno de Kabul ha mandado emisarios para hablar con los dos clanes. Por la tarde, uno de los participantes en las conversaciones informa de un principio de acuerdo en el que nadie parece creer, porque al caer el sol, el número de los que huyen siguen aumentando de una forma constante e irremisible.