Diario de León

| Análisis | Un mártir beduino |

El fin de un dictador iraquí

Publicado por
Ángela Rodicio
León

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Creo que vi a Sadam dos veces. Ambas desde la ventana de un hotel con vistas sobre el último bombardeo vía satélite del siglo XX, y sobre el primero del siglo XXI, respectivamente. Sendas ocasiones de noche. Una fue en febrero de 1991; la otra, en abril del 2003. Hace casi 16 años, unos 20 hombres parecían rodear a otro, en el centro, mientras recorrían un ángulo del jardín del hotel Al Rashid, de Bagdad, y entraban en dirección al refugio nuclear de su sótano. Allí nos encontrábamos los periodistas -incluidos los dos de la CNN- que cubríamos aquella contienda de Sadam contra todo el mundo conocido, tras la invasión de Kuwait. Sadam quiere decir, en árabe, el que se enfrenta. El Al Rashid, por el califa de las Mil y una noches, era el único lugar seguro del país. Lo vi desde mi ventana de un cuarto piso. Todo duró unos segundos. En la otra me hallaba en un balcón del hotel Sheraton, frente al Palestina. Siempre con la misma estrategia de refugiarse donde se hallaba la prensa internacional. Dos coches blancos, anodinos, idénticos, sin faros, iluminados por la luz de las farolas, salieron del Palestina lentamente. Los controles de los fedayines que solían ocupar los ángulos, se habían esfumado. Dos días antes de que llegaran los norteamericanos, el 9 de abril, dos bombas anti-búnker provocaron un cráter que engulló una manzana de casas del barrio Al Mansur. Decían que el dueño del bar El Reloj, amigo de Sadam, le proporcionaba la salida del búnker, que se había construido al lado. Asad, mi traductor, tenía por allí su oficina. Me confirmó que la zona había estado cerrada dos años por obras en las que se extraía una gran cantidad de tierra; y un tráfico continuo de camiones y grúas con cemento y arena. Una zona de obras curiosas y que nunca se supo con que objetivo o el fin. En El Reloj, que no había cerrado con la guerra, comprábamos todos los días bocadillos de pollo con patatas fritas. Tal vez los comíamos encima de Sadam. De hecho, su última aparición la hizo a pocos metros. A Sadam se le temía tanto que nadie se atrevía a pronunciar su nombre. Para evitar problemas, le bautizamos como José Mambo; Tarek Aziz era Pepe Salsa. José Mambo va a ser ahorcado y no fusilado, como él quería. El criminal muere como un mártir beduino y la reacción aún se desconoce pero a buen seguro que tendrá una gran trascendencia en el final de esta guerra. Lo último que necesitan los iraquíes.

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