| Reportaje | Visita al campo de entrenamiento militar de EE.UU. |
Fort Riley, paso previo a Bagdad
La tropa americana que adiestrará a los iraquíes se prepara con dudosas técnicas y un desconocimiento total del enemigo
Tras cuatro años de conflic-to, el Ejército de EE.UU. ha vuelto a renovar su imagen en busca de una solución a la guerra de Irak. Entre los encargados de llevar la paz al país árabe se encuentran miles de soldados entrenados estos días en la base de Fort Riley. Su única estrategia: aprender de la experiencia. Cuando el general Babaker Zebari, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Irak, visitó hace apenas unos días Fort Riley, llevaba en la maleta dos dardos envenenados para sus «queridos aliados». El primero de ellos ponía límite para la retirada de los norteamericanos, el año 2008, algo sobre lo que ni siquiera Bush ha querido pronunciarse. El segundo era tan sólo una recomendación, después de lo que vio: «Si quieren ganar esta guerra, deberían conocer mejor la cultura de mi país». El comentario era especialmente doloroso si se tiene en cuenta que Fort Riley, una fortaleza de más de 400 kilómetros cuadrados ubicada en el nevado estado de Kansas, está considerado en EE.UU. como su mejor campo de entrenamiento. «Nuestra principal misión es enseñar a los otros ejércitos, en esta caso el iraquí, como llevar a cabo su trabajo sin romper las leyes internacionales de la guerra. Para nosotros es muy importante que ellos nunca hagan nada que nosotros no haríamos». El que habla es el sargento Tyller y no bromea. Su discurso, en un lenguaje militar plagado de vocablos como «democracia», «libertad» o «patria», se dirige a una docena de periodistas invitados por el Pentágono para descubrir la nueva versión «mejorada» con la que la Administración Bush piensa acabar con un conflicto. El tour para la prensa extran-jera incluye, además de varios simulacros de detenciones y revueltas, la oportunidad de contemplar en primera perso-na las últimas adquisiciones de la Armada. La primera de ellas es un simulador de accidentes en la que un coche gira sobre sí mismo 180 grados imitando un posible vuelco, y que fue creado hace tan sólo seis meses. «Nos dimos cuen-ta que los soldados no sabían cómo salir de un coche, y que muchos morían simplemente por falta de entrenamiento». Lejos de ser una anécdota la experimentación empírica se ha convertido en el único método fiable de una guerra gestionada desde Washington a base de «ensayo y error». Una fórmula que se ha cobrado hasta el momen-to más de 3.000 bajas en las filas estadounidenses y que le han costado al presidente del país sus peores niveles de popularidad de todo su mandato. Sin embargo el olor a fracaso es impermeable a las filas de Fort Riley. Con poca cancha para la política, la vida en esta base discurre en un mundo paralelo a las encuestas de opinión o las manifestaciones antiguerra. «Somos soldados y sólo nos deben interesar los asuntos de soldados», asegura Tyller, mientras nos acompaña a una visita guiada sobre el entrenamiento de explosivos. Conocer al enemigo A la llegada del llamado «la-boratorio de explosivos» uno tiene la sensación de haberse colado en un tebeo de Ibáñez con Mortadelo y Filemón de protagonistas. Desplegados en una sala se encuentran dece-nas de posibles bombas, todas ellas falsas, y una reproducción tamaño natural de lo que sería un posible suicida. El maniquí lleva una kufiya (pañuelo árabe), un abrigo hasta los pies y un detona-dor en la mano. Uno de los presentes rompe el hielo y pregunta al especialista si eso es lo único que se le enseña a los soldados sobre cómo identificar un suicida. «No, no, también les decimos que tengan en cuenta la expresión de su cara, porque suelen estar muy serios, cuando todo el mudo sabe que los árabes son personas risueñas». Con un índice de tres a cua-tro muertos al día, muchos de ellos víctimas de explosiones, el despliegue para evitar bajas continúa con el último dispositivo añadido a los carros de combate y bautizado como el Rino. El invento se trata de un trozo de metal colocado en el capó del coche que, atado con una cuerda, se despliega hasta tocar tierra un metro por delante del vehículo con el objetivo de encontrar ex-plosivos enterrados. «Pero si estalla la bomba, ¿tiene alguna posibilidad los ocupantes del coche de sobrevivir?», espeta un corresponsal japonés. «Sí y no. Pero es lo más seguro que tenemos». Impactante.