| Análisis |
Canción triste de Downing Street
Como suele ocurrir con muchos es-tadistas, Tony Blair sabe que es más respetado fuera de sus fronteras que dentro. No hay más que ver la gran ovación con la que fue recibido su discurso esta semana en Davos. Sin embargo, en casa las cosas van de mal en peor. Tras diez años de gestión y un deterioro acuciante de su imagen por el respaldo a la invasión de Irak, sus diferencias con su sucesor, Gordon Brown, y, por último, la financiación ilegal del partido, su imagen de «hom-bre normal en el que se puede fiar» se ha evaporado. Ayer el Lord Kinnock, su antecesor como líder en el partido, se atrevió a profetizar que el daño cau-sado por el escándalo puede afectar al laborismo durante años. El prestigio de Tony Blair se ha di-luido con el paso del tiempo y a una enorme velocidad en los últimos me-ses, en concreto desde que Scotland Yard comenzara a rondar Downing Street y los círculos más personales del premier . Lo más irónico y una de-mostración de que en el fondo sigue siendo ese buen chico católico que formó parte de una banda de rock, es que el escándalo se originó porque el propio Blair pidió que se pusiera fin a la financiación tradicional del Par-tido Laborista, esto es, a través de los sindicatos. La falta de ingresos llevó a que el laborismo se aliara con los magnates ofreciendo títulos de lord a cambio de dinero para mantener la campaña electoral del 2005. La historia juzgará a un premier que intentó poner fin a la guerra en Orien-te Medio y fracasó, que logró con éxito apaciguar el Ulster, que luchó contra fascistas como Sadam Huseín alián-dose con iluminados evangelistas y no calculó las consecuencias. Pero también Winston Churchill tuvo sus errores y aciertos y la his-toria ha sido benigna con él. Blair sólo espera que le ocurra lo mismo cuando abandone Downing Street en siete meses¿ o antes.