Diario de León

Mientras en la capital argentina se reunía una multitud en un acto contra los norteamericanos | Análisis | El futuro del gigante asiático |

Chávez arremete contra George Bush y dice que tan sólo es un cadáver político La gárgola china

El presidente de los EE.UU. llegó a Uruguay y busca por todos los medios ignorar a su homólogo

El presidente uruguayo espera a la puerta la llegada de George Bush

El presidente uruguayo espera a la puerta la llegada de George Bush

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Arturo Lezcano Miguel Anxo Murado - corresponsal | buenos aires
León

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George Bush es un cadáver político». Con esa frase Hugo Chávez cumplió el guión de su mitin de la noche del viernes en Buenos Aires (madrugada en España). Mientras, el presidente de EE.UU. llegaba Uruguay e intentaba ignorar a su par venezolano, pese a que sus esfuerzos están siendo puestos a a prueba y el fantasma de Chávez se está convirtiendo en el protagonista de la gira. Bajo la leyenda «Fuera Bush, fuera el imperialismo», Chávez deleitó por doble vía a las decenas de miles de seguidores que colmaron el estadio del club Ferrocarril Oeste, en el barrio porteño de Caballito: las críticas y los calificativos al presidente de Estados Unidos y las proclamas por la unión latinoamericana. El recinto lo copaba una muchedumbre con atrezo multicolor. No sólo en las gradas, donde se podía ver una bandera con las caras de Fidel Castro, Néstor Kirchner, Lula da Silva, Tabaré Vázquez y el propio Chávez, sino también sobre el césped. «Vengo porque no quiero que me lo cuenten. Y porque gente como él ayuda a la unidad, y eso a Bush por lo menos lo hará pensar», asevera Roberto Carmona, un dirigente del sector pesquero desplazado desde Puerto Madryn, a 1.200 kilómetros de Buenos Aires. Como en todo buen espectáculo, Chávez tuvo sus teloneros: el cantante Víctor Heredia, que entonó un tema ad hoc, Sobreviviendo, y la presidenta de la Asociación de Madres de la Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, organizadora del evento. Ella ejerció de anfitriona ante la ausencia de miembros del Gobierno argentino. A las ocho en punto y hasta dos horas después, el protagonista fue sólo uno: Hugo Chávez. O mejor dicho, dos. Porque el venezolano, como era de esperar, centró su discurso en Bush. Sólo una vez lo citó por su nombre. Antes y después, con su rojo habitual, eligió este amplio abanico de apelativos: «Caballerito del norte», «jefe imperial», «loco» y, para culminar, un literal «hijo de¿», con unos puntos suspensivos que el respetable se encargó de completar. El perfil del asistente no era el mismo que se había enfrentado horas antes a la policía en la Embajada de EE.UU. y de Uruguay en Buenos Aires. Aún así, el conjunto era heterogéneo: banderas argentinas, venezolanas, cubanas, iraquíes y hasta una gallega, camisetas de River y Boca, y colectivos variopintos, de peronistas a comunistas pasando por piqueteros (desempleados) con seguridad propia a cargo de encapuchados provistos de porra. «No sé si esperaba tanta gente, pero lo que no me gusta es tanta división partidista, es contradictorio para este acto de unión», se lamenta el universitario Ezequiel Legorburu. Porque al fin y al cabo el mitin propugnaba la unidad latinoamericana. Dos horas después insistió con el bis del «cadáver político», que terminó de ceñir al libreto el acto central de una contragira que según él coincidió con el viaje sudamericano de Bush «por mismísima casualidad». En la estancia Anchorena, a 200 kilómetros de Montevideo, Bush celebró una reunión con su colega uruguayo, Tabaré Vázquez, centrada en cuestiones comerciales. Luego, ofrecieron una rueda de prensa donde Chávez fue la constante de las preguntas. Justo cuando Wen Yiabao, el primer ministro chino, escribía en el periódico del Partido que el verdadero socialismo tardaría todavía «cien años» en llegar, la bolsa de Shangai se desplomaba un 9%. Alguno habrá pensado que si al socialismo todavía le faltan cien años en China, quizá el capitalismo esté aún más verde. China sigue siendo una gárgola, un híbrido, una especie de experimento genético de la política difícil de describir e imposible de predecir. La antigua sovietología consistía en un aburrido catálogo de burócratas, la moderna sinología se parece precisamente más al horóscopo chino, en el que un año sale dragón, otro sale serpiente y alguno que otro saldrá rana (aunque ésta no figure en el elenco). Es un error creer que en China se ha operado una pe-restroika, y para demostrarlo está el Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) que se celebra estos días. Nada que ver con la agonía del PCUS. De hecho, la afiliación al PCCh ha aumentado un 13% en la última década (la población sólo ha creci-do un 5%). Muchos de estos nuevos comunistas son a su vez nuevos ricos, los empre-sarios capitalistas del sistema mixto para los que el PCCh sigue siendo el atajo para todo negocio. Irónicamente, esta democratización del Partido es en parte la res-ponsable de un incremento de la corrupción dentro del mismo. Para esos nuevos empresarios, el punto clave de la agenda es la famosa Ley de Protección de la Propiedad Privada, ocho veces propues-ta y otras tantas pospuesta por los puristas del régimen. Sin embargo, ahora se da por seguro que será aprobada en el Congreso o, si no, por decreto más tarde. Después de todo, ya que Yiabao se ha dado cien años de plazo para establecer el socialismo, puede mientras ir probando con el capitalismo para comparar. Esa ley incrementará la inversión, aunque también la distancia entre ricos y pobres, entre campo y ciudad, una de las grandes preocupaciones del sistema. También se ha hablado mucho del aumento del presupuesto de Defensa, un 17%. Taiwán se ha asustado y un político japonés ha dicho que, «con ese ejército, Chi-na puede convertir Japón en una provincia suya» (le faltó tacto: fue Japón quien en su momento convirtió a China en una provincia suya). Pero lo más probable es que el incremento vaya destinado a alimentar mejor a las tropas y a renovar un armamento que hasta hace poco era propio de un museo. Uno de cada diez soldados tiene el carné del Partido y su presencia uniformada es palpable entre los 3.000 delegados del Congreso. Tam-bién ellos quieren su parte del pastel. Taiwán puede estar tranquilo; a China, este animal de dos cabezas (o de dos cuerpos y una cabeza), le va demasiado bien como buscarse líos

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