| Perfil | Boris Yeltsin |
De liquidador de la URSS a bufón
El líder ruso asestó un golpe mortal al comunismo instauró una democracia corrupta y al final acabó como un juguete roto
«Valiente y bufón, rebelde y ávido de poder, salvador de la democracia y autócrata en el poder, patético e imprevisible, grandilocuente y teatral, Boris Yeltsin fue una de las figuras más polémicas y decisivas del siglo pasado. Tan contradictorio que dio el golpe mortal al comunismo después de tres décadas en el partido. Tan mal gobernante que pasó de héroe del pueblo a símbolo de la corrupción en sólo ocho años. Pasará a la historia como el hombre que se enfrentó a los golpistas en agosto de 1991, pronunció una vibrante proclama llamando a la resistencia subido en un tanque y detuvo el golpe comunista a riesgo de perder su vida. El que liquidó la URSS en diciembre de ese mismo año, 74 años después de la revolución bolchevique, poniendo fin a «uno de los sistemas totalitarios más crueles e inmisericordes», en sus propias palabras. El primer presidente ruso elegido democráticamente, que estuvo en el poder entre 1991 y 1999. Pero también quedará como el gobernante que introdujo el capitalismo salvaje mediante una «terapia de choque» que creó millones de pobres de la noche a la mañana. El constructor de un país caótico donde se imponía la ley del más fuerte, la mafia y los oligarcas, El que, en 1993, disolvió a cañonazos el Parlamento donde se había hecho fuerte la oposición, causando 150 muertos. Y el que arrasó a sangre y fuego a los independentistas chechenos en una guerra que costó decenas de miles de vidas entre 1994 y 1996. Hijo y nieto de kulaks, campesinos víctimas de las expropiaciones forzosas de Stalin, Yeltsin nació en 1931 en Butka, un poblado situado a 1.500 kilómetros de Moscú, donde comenzó a trabajar como obrero de la construcción. A los 24 años se licenció como ingeniero y a los 30 se afilió al PCUS. Hizo carrera en el partido de la ciudad industrial de Sverdlovsk y a los 50 era ya miembro del Politburó. Gorbachov le llamó a Moscú para hacerle primer secretario del partido en la capital, pero en 1987 lo defenestró. Una humillación que Yeltsin no olvidaría y que le devolvería tras el golpe de 1991, al dejarle en ridículo ante los ojos de todo el mundo. Cuando cayó, era un juguete roto en manos de sus parientes y de los oligarcas, con graves problemas de salud, fama merecida de borracho y rodeado de escándalos de corrupción protagonizados por La Familia (el clan que le rodeaba y hacía y deshacía en Rusia). «Muchas de nuestras esperanzas no se han cumplido. Lo que creímos fácil resultó terriblemente difícil», admitía Yeltsin en su discurso de despedida el 31 de diciembre de 1999. Al dejar el poder su popularidad era apenas del 2%. Las últimas encuestas son reveladoras: un 70% de los rusos valoraban negativamente su presidencia y la mitad estimabanque debía ser llevado ante la justicia. «Fuimos ingenuos. Y vino la desilusión», reconoció en su última entrevista.