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El poblado de los muertos

Diario de León se adentra en un zona en la que suníes y chiíes se arrojan los cadáveres de sus víctimas. El lugar está plagado de restos humanos, un museo de los horrores de la guerra civil

Publicado por
David Beriain - con las fuerzas de ee.uu.en bagdad
León

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Murieron de rodillas, con las manos atadas a la espalda, mirando a la pared. El ejecutor puso el cañón de la pistola sobre su nuca y apretó el ga­tillo. Sobre la pared queda la huella de ese disparo, sangre reseca y restos de pelo y sesos. Debajo están los cuerpos de los dos iraquíes ejecutados, cubiertos de moscas. Ya no queda mucho de ellos, se los han comido los perros. «Antes había más cuerpos. Los demás se los deben de haber llevado. Hemos llega­do a ver hasta diez juntos. Bienvenidos al pueblo de los muertos», susurra el sargento Hollisworth. Un hedor dulzón y pastoso lo invade todo en este conjunto de casas de adobe en el sur de Bagdad donde ya no queda nadie. Es noche cerrada y los soldados norteamericanos se mueven agachados, con el fusil en posición de disparo, sin ha­cer ruido. Dan el alto y nos detenemos rodilla en tierra. Han oído algo. Escuchan el silencio. Siguen. Paran otra vez. Temen una emboscada. No hay más luz que la de la luna y eso es ya demasiada luz para ellos en el reino nocturno de las milicias. Nos desliza­mos por un paisaje fantasmal de muros derruidos, coches calcinados, manchas de san­gre y otras huellas de muerte. Encontramos calaveras parti­das, un fémur muy lejos de su cadera, falanges de una mano. El museo de los horrores de la guerra civil. «Te encuentras cuerpos decapitados, gente torturada hasta la muerte con taladros. Es increíble», dice el sargento Barfield. Las líneas del odio Los beduinos solían utilizar este descampado situado entre un barrio suní y otro chií como residencia durante el verano. Ahora es el lugar donde las milicias de uno y otro bando se arrojan los cadáveres de sus víctimas. Los secuestran en sus casas o en las calles sólo por ser del credo contrario. Los torturan y los ejecutan aquí. El lugar ideal para asesinar a alguien y pasar desapercibido. Este es uno de los puntos de Bagdad donde aparecen más cuerpos. «Este es un sitio muy jodido», sentencia Hollisworth. El poblado es la línea que divide el odio sectario en esta zona de Bagdad. Al oeste los suníes, con sus milicianos de Al Qaida y las Brigadas de Abu Omar. Al este los chiíes, defendidos por el Ejército del Mahdi. Todos esos grupos armados atacan a los nortea­mericanos, pero sobre todo se pasan el tiempo matándose entre sí. En las dos barriadas las milicias son el poder y el Estado. El Gobierno no significa nada para unos vecinos cuya única prioridad es la de quedar a sal­vo de las matanzas del bando contrario. Tampoco la policía pinta nada porque no confían en ella. La gente sabe que está corrupta y los suníes la con­sideran otro escuadrón de la muerte chií más. Las paredes de los barrios suníes están lle­nas de pintadas que piden la presencia del Ejército iraquí, que cuenta con mejor repu­tación porque se alimenta en gran parte de milicianos pesh­merga kurdos. A veces los su­níes, aunque parezca mentira, piden incluso que vengan las tropas americanas. No muy lejos del poblado hay una inscripción en árabe e inglés rústico. Dice: «No a la policía iraquí. EE.UU. bueno. Bueno el capitán Paterson». Es el giro que ha dado la historia en Irak. Los suníes, el grupo más hostil a la ocupación, tienen ya menos miedo a los invasores que a sus propios conciudadanos. El sargento Hollisworth da la señal para que salgamos del poblado. No le gusta el sitio ni estas misiones de aparecer por el poblado para disuadir la presencia de los milicia­nos. Demasiado riesgo. El único consuelo es que desde que patrullan y detienen a algunos escuadrones de la muerte encuentran menos cuerpos. Pero los norteame­ricanos no se hacen ilusiones. Si la misión es detener la gue­rra civil, saben que lo tienen difícil. Un mando militar nos confesaba que se conforman con reducir la violencia a los niveles de antes de febrero del 2006, cuando empezaron las grandes matanzas después de que Al Qaida volara la mez­quita chií de Samarra. «Tú puedes luchar contra una insurgencia que quiere matarte, pero si dos bandos quieren luchar entre sí, si quieren tener una guerra civil, ¿cómo puedes detener eso? Es muy difícil. Es casi imposible», dice Barfield.

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