| Crónica | La influencia de los señores de la guerra |
Shindand, el polvorín del sur
Zerkuh Shindand es un paisaje extraño. Una meseta pedregosa en la que no hay nada. La rodean unos riscos del que cuelgan unas fortalezas de adobe. Vestigios de otro tiempo y de otras guerras. De repente un río que brota en medio y un hilo de vegetación en el que se agolpa la única vida posible. Y toda esa vida, hasta hace menos de medio año, era propiedad de Amanullah Khan, el señor del lugar. Él era la garantía de cohesión, estabilidad, lo conocido, el líder, el caudillo que reinaba sobre los demás clanes. Los españoles, cuyas unidades de reacción rápida patrullan la zona, sabían muy bien con quien tenían que hablar para que las cosas no se desmandaran en una zona que coqueteaba con la influencia talibán proveniente del sur, de la provincia de Farah. Se lo supieron ganar. Pero Amanullah Khan murió asesinado en octubre del año pasado en medio de una lucha tribal tremebunda, que, ironías del destino, tuvieron que parar los soldados norteamericanos que ahora andan bombardeando la zona. Los problemas Con el fallecimiento de Khan llegaron los problemas. Los talibanes tardaron menos de quince días en iniciar en la zona sus ataques, hasta entonces contenidos por la influencia de este señor de la guerra que había militado entre las filas del mulá Omar y que en aquel momento apostaba por la convivencia con las tropas extranjeras. Primero los talibanes atacaron a la policía afgana. Poco después llegaron los ataques a las tropas internacionales. Un ataque suicida en noviembre del que los soldados de la Brilat se salvaron por los pelos. En febrero, sin embargo, la joven Idoia Rodríguez Buján no pudo escapar de la mina anticarro que reventó su blindado BMR. La primera soldado española caída en acción en el extranjero apuntaba con su muerte el que iba a ser el epicentro de preocupaciones de la zona. Shindand no faltó a la cita. Tampoco Amanullah, que hasta muerto sigue condicionando el destino de este lugar. Las fuerzas especiales norteamericanas, que habitan la antigua base soviética de la zona, se habían fijado en la relación ambigua de los Khan con los talibanes, sobre todo tras los últimos ataques. Muerto el gran líder, fueron a por su segundo, el mulá Akhtar Mohamed, y a por el hijo de Amanullah, Nangialey. Fallaron el tiro. «La gente se está uniendo para defenderse de los ataques de los norteamericanos. Aquí no hay talibanes, sólo gente que se defiende», dijo ayer por teléfono el hermano de Amanullah, Ayi. La pregunta ahora es cómo va a afectar esta revuelta de Shindand a unos españoles que, en cualquier caso, parecencada vez más reacios a patrullar el sur y a involucrarse en una zona que poco a poco, cae bajo la influencia de los talibanes.