| Análisis |
El Líbano, en la incertidumbre
La guerra del 2006 con Israel sumió al país en la parálisis y el miedo, y a Olmert lo empujó al borde de la dimisión
«Vota por Chávez». El cartel que preside la tienda de campaña no tendría nada de especial si estuviésemos en Caracas; pero esto es Beirut, donde parece existir una fuerza misteriosa que lo conduce todo al absurdo político. La tienda del cartel es una de las muchas que ha levantado Hezbolá para poner cerco, literal y figuradamente, al parlamento prooccidental de Fuad Siniora. Esto, sumado a algún atentado y a los recientes secuestros seguidos de asesinato, ha obligado a cerrar el centro de la ciudad con alambre de espino. Los soldados cachean a los viandantes, en busca de explosivos o armas y, así, una vez más, esta zona de la capital, ahora de inmensos y pulcros edificios reconstruidos, ha vuelto a convertirse en símbolo del estado en que se encuentra el Estado: parálisis y miedo. Los hombres del Partido de Dios no son la única fuente de suspicacia en la sociedad libanesa. «Veremos cómo se da el verano -ironiza Shireen, musulmana suní, que cuida una tienda de ropa cara en el centro-, todavía no sabemos si vendrán los turistas o los israelíes». Se refiere a los cazas que el verano pasado destrozaron minuciosamente las infraestructuras del país (5.000 millones de dólares, se acaba de saber), y de paso también dañaron el aún más preciado equilibrio social y político. La inminente caída de Ehud Olmert en Tel Aviv alegra pero no tranquiliza. «Vendrá otro peor, quizá Netanyahu», dice Antoine, un empleado de banca que ya vivió de niño el asedio israelí de Beirut, ha vuelto a vivir la guerra del verano pasado. «Cuando a los israelíes les va mal, siempre bombardean algo». Ese algo suele ser el Líbano. Otra incertidumbre es la vecina Siria. Sus soldados ya no ocupan el valle de la Beeka, pero sus viñedos y sus colinas doradas no se han librado del gasóleo de los carros de combate: el timorato Ejército libanés está desplegado en los cruces. Hacia el sur están las tropas extranjeras. No trasciende, pero la prensa libanesa describe día sí día no pequeños incidentes en los bastiones de Hezbolá, alguno causado por alguna torpeza de las tropas españolas. La cosa no va bien del todo. Una tormenta relampaguea sobre la vecina cordillera del antilíbano, coronada de la blanquísima nieve que da su nombre al país (líbano significa blanco). Es una tormenta sin lluvia, tan sólo ruido y luz. Puede que los problemas que despuntan en el horizonte sean así también: nada más que ruido sin consecuencias. Pero si la incertidumbre fuese una ideología, ahora mismo, en el Líbano, podría ganar las elecciones y gobernar. Quizás ya es así.