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Un presidente de Francia salido de la aristocracia inmigrante

Como su admirado Kennedy, Sarkozy tiene una ajetreada vida personal que no le ensombrece en la política. Calculador político, alcanzar El Elíseo es su cumbre, por ahora

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María Esperanza Suárez - corresponsal | parís
León

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El nuevo presidente no ha sido nunca un hombre tranquilo. Sin ambición, astucia y tenacidad, Ni­colás Sarkozy, de 52 años, no habría llegado tan alto. Son muchos los cadáveres políticos que ha dejado en su camino hacia el Elíseo, donde se mudará el día 16 después de tomar posesión como primer jefe del Esta­do con orígenes inmigran­tes. Claro que su padre, un húngaro acaudalado de la baja aristocracia, no llegó de forma clandestina. Cru­zó el telón de acero con su fortuna y se casó con una francesa en un matrimonio que le facilitó la nacionali­dad. Unos años y tres hijos después, Nicolás en medio, les abandonó. Fue su madre la que mantuvo a la familia. Nicolás vendió de todo para financiarse la carrera de De­recho y en la Universidad de Nanterre comprendió que lo suyo era la política. Coqueteó con la izquierda hasta que se le apareció Charles Pasqua, quien, sorprendido por la dedica­ción que mostraba el joven Sarkozy pegando carteles y repartiendo panfletos, le propuso un puesto de concejal en Neuilly. Y empezó a subir como la espuma en la política regio­nal. Su gran oportunidad se la dio un infarto al alcalde. Le sustituyó al frente del ayuntamiento, y durante 20 años convirtió el exclusivo municipio limítrofe con París en Sarkoland: una explosión inmobiliaria sin precedentes de la que él sacó un dúplex de lujo con jardín en primera línea del Sena. En Neuilly no hay viviendas sociales. El año 1993 marcó un hito en su irresistible ascensión: se convirtió en diputado con 34 años. Como alcalde, se dio a conocer con su actuación como mediador en el secuestro de varios niños, y el país se quedó con aquel hombre pequeño y decidido al que, olvidando rencores, Chirac converti­ría en el 2002 en «el primer poli de Francia» para que se acabará con los problemas de seguridad. Pasqua le introdujo en los salones. Se hizo imprescin­dible en los que el presiden­te, recién jubilado, ocupaba en el ayuntamiento de Pa­rís. Era tal la confianza que Bernadette reconoció que la vio en camisón y las re­laciones con su hija Claude fueron intensas. Pero al menos una vez, Nicolás se equivocó. En las presidenciales del 95 y en lugar de apostar por Chirac, se convirtió en el número dos de su oponente, Edouard Baladour. Cuando éste cayó en las primarias y pidió el voto para Chirac, empezó la travesía del de­sierto. En esa época, su vida familiar atravesaba momen­tos delicados. Aún casado con Marie-Dominique que le había dado dos hijos, el alcalde de Neuilly vivía una apasionada relación con la que hoy es su esposa, Ceci­lia, biznieta de Albéniz Se enamoró mientras la casaba con un presentador de tele­visión. Ella aportó dos hijas a la unión y le dio un tercer vástago. Y se convirtió en su jefa de gabinete. Exhibió a su familia en los medios al estilo de su admirado Kennedy¿ y decidió que la vida privada nada tenía que ver con la pública cuando Cecilia le abandonó tem­poralmente para vivir su propio romance. La bisnieta de Albéniz nunca se ha visto como primera dama, de hecho, no le ha acompañado a votar en estas elecciones. Pero a ella debe algunos de los mejores fichajes de su campaña electoral, como su portavoz Rachida Dati. También gracias a los orígenes españoles de Cecilia, emparentada con Alberto Ruiz Gallardón, presume de amigos como José María Aznar y Ángel Acebes. Ha sido gracias a sus principios de derecha dura practicados en sus años como ministro del Interior a los que ha logrado el gran premio. En el aire queda la duda de si seguirá conven­cido de que la genética mar­ca las conductas delictivas y si la inspiración divina que dice haber recibido en la campaña le va a traer un so­siego duradero. El ministro de Integración Azuz Begag no se lo puede creer, des­pués de que en un ataque de furia Nicolás amenazara con «partirle la cara». Gran controlador de los medios, la euforia le traicionó unos segundos ante las cámaras cuando con un sagaz brillo en la mirada reconoció que su debate con Ségolè­ne Royal había salido «tal y como había imaginado», reservándose el «secreto de fabricación».