Diario de León

Veinte mil civiles se mantienen dentro de un campo que vive horas tensas entre enfrentamientos | Crónica | Las otras víctimas de la «zona cero» |

«Nahar al Bared», un ejemplo más de lahistoria palestina como puebloitinerante La nube del 11-S era tóxica La Marina sella el Mediterráneo

El Líbano, con un 10% de población, es después de Jordania el país que cuenta con más palestinos L

Un hombre de negocios se tapa la boca para no inhalar el polvo

Un hombre de negocios se tapa la boca para no inhalar el polvo

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Javier Ibáñez Óscar Santamaria - badawi (líbano) corresponsal | nueva york
León

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La angustia que vive el campamento de Nahar el Bared, en el norte del Líbano, ha hecho aflorar la memoria de una tragedia histórica: la que viven miles de refugiados palestinos, nómadas forzosos desde que en 1948 fueran obligados a abandonar su tierra. Hoda Abdala tiene 65 años, el rostro surcado de arrugas y la mirada hastiada. Desde que tiene uso de razón, su memoria guarda estampas de apresurados viajes con destino incierto. «Salí de mi casa, en Safad, cuando apenas era una niña. Mi padre nos dijo a mí y a mis hermanos que recogiéramos nuestras cosas, que nos íbamos a ver a unos primos. Nunca volvimos», explica en el campo de refugiados de Badawi, penúltima etapa de la odisea que ha sido su vida. El pasado martes hubo de abandonar su hogar de forma apresurada por tercera vez. Las huellas de cansancio impresas en su castigado cuerpo denotan la dureza de su vida y de su vagar. Hoda abandonó su hogar con seis años, rumbo a un campo de refugiados palestino en el sur del Líbano. Adolescente, se marchó para casarse con un pariente que vivía en Ain Helu, y más tarde a otro campamento del norte antes de desembocar en Nahr al Bared. «Nadie nos quiere. «Qué vamos a hacer ahora, adonde vamos a ir. Nuestra casa esta destruida (...) míreme, somos seres humanos», exclama con los ojos cuajados de lágrimas. Un sentimiento de abandono y desamparo compartido por muchas de las más de 3.000 familias que se han visto obligadas a escapar. «Los libaneses nos odian. Consideran que somos judíos y no nos quieren en su tierra», grita exaltado Ali Abu Jaley, director de la escuela de Nahr al Bared. Como otros muchos, también él tuvo que abandonar su tierra natal a una muy temprana edad, aunque tuvo más suerte y llegó directamente a Nahr al Bared, .No se conoce a ciencia cierta cuánta gente vivía en Nahr el Bared antes de los bombardeos, pero se cree que entre 30.000 y 40.000 habitantes. Muchos son jóvenes y niños que han nacido y crecido en el campamento, envueltos en la nostalgia de la Palestina idealizada de sus mayores y acosados por un presente que apenas les ofrece oportunidades. «En el interior quedan todavía muchos civiles. La mayoría no quieren abandonar su hogar, a sus muertos y heridos», dijo Halim al Firdawi, voluntario de la Media Luna Roja libanesa. Entre la maraña de casas destruidas permanece, obstinado, Ahmad Abu Salah, un artesano de 47 años cuya familia es originaria de Nazareth. «Quiero volver para llevarle este pan a mi familia, pero los soldados no me quieren dejar volver al campamento. La situación es muy difícil. No hay agua ni electricidad. Tenemos miedo, pero es nuestro hogar. No tenemos adónde ir», Minutos después, entre el trasiego de las ambulancias y las maniobras del Ejército, la figura de Abu Salah se pierde entre los primeros edificios del campamento, como la de un palestino errante que se niega a aceptar el destino deparado a su pueblo. Una de las imágenes más recordadas de los atentados del 11-S fue la gran nube de polvo que cubrió gran parte del Bajo Manhattan tras el desplome de las Torres Gemelas. Miles de personas se cubrieron de cenizas en su huida del terror. Una de ellas fue Felicia Dunn-Jones, una abogada de 42 años que se encontraba en las inmediaciones aquella soleada mañana y que murió cinco meses después. Ahora, y por primera vez, los servicios forenses de la ciudad de Nueva York acaban de relacionar su muerte con los trágicos atentados. La causa: respirar el polvo tóxico desprendido por el derrumbe del World Trade Center. Con ella, el número de víctimas oficiales asciende a 2.750 personas.Dunn-Jones, casada y con dos hijos, logró escapar de los ataques, pero sólo días después empezó a toser fuertemente y notar dificultad para respirar. Su muerte, el 10 de febrero del 2002, se produjo por «sarcoidosis», que se manifestó por la inflamación de los pulmones. El jefe de los servicios forenses de la Gran Manzana, Charles Hirsch, concluyó el miércoles que su muerte tuvo que ver con su exposición a la gran nube tóxica, precisando que si bien pudo no ser causa directa, sí agravó su estado de salud. Esta decisión podría llevar a reconocer como víctimas del 11-S a decenas de personas que según sus familiares murieron por la misma causa. «Tristemente, sabemos que Felicia no está sola y que otros han muerto por dolencias causadas por el 11-S», dijo la legisladora demócrata Carolyn Maloney. Uno de los casos más notorios es el de James Zadroga, un policía que trabajó en la zona cero durante tres meses y que murió poco después. Una patrulla de la Marina libanesa hundió el jueves en la madrugada botes neumáticos a bordo de los cuales había extremistas del grupo islamista Fatá al Islam que trataban de huir del campo de Nanhr al Bared, al norte de Líbano. La fuente no precisó el número de combatientes que se encontraban a bordo de los botes, ni si había prisioneros o bajas. Los guardacostas libaneses patrullan las costas frente a Nahr al Bared, situado sobre el Mediterráneo, a 10 km. al norte de Trípoli, segunda ciudad del Líbano.

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