Entre el adiós oficial de Blair y el bautismo internacional de Sarkozy
El presidente George W. Bush, y el primer ministro británico, Tony Blair, dos aliados que han marcado la política mundial en los últimos años, se dieron ayer en Heiligendamm un adiós melancólico en su última reunión oficial. «Es un momento nostálgico para mí», confesó Bush. «Siento que haya llegado, pero así es la vida», añadió el presidente tras un encuentro de una hora con el líder extranjero el que más ha confiado en sus seis años y medio en el poder. Blair evitó hacer referencias personales en las declaraciones a los periodistas tras la reunión, tal vez por no dar material a los diarios británicos que le han calificado como el «perro faldero» de Bush. Y es que el legado de Blair, por el que tanto se preocupa ahora que está en vísperas de abandonar Downing Street, está vinculado de forma indisoluble al inquillino de la Casa Blanca. Ayer de nuevo ambos líderes mostraron su sintonía al hablar de Darfur. «Estamos ansiosos por que se tomen acciones enérgicas» contra el Gobierno de Sudán, dijo Blair, en nombre de los dos. Y Bush lo confirmó. En el otro extremo el francés Nicolas Sarkozy, para el que la cumbre del G-8 es su bautismo de fuego multilateral tres semanas después de suceder a Jacques Chirac en el Elíseo. La lucha contra el cambio climático, la ayuda a África y la liberación de Ingrid Betancourt por la FARC son las principales prioridades del conservador. En su estilo se le oyó decir: «Se lo he tenido que arrancar al final de la última reunión», afirmó Sarkozy a un grupo de periodistas, en referencia al encuentro que tuvo con Bush antes de aclanzarse el acuerdo sobre el compromiso para lanzar un proceso global contra el cambio climático.