Diario de León

El compromiso mantiene el conjunto de las reformas institucionales previstas en el tratado anterior

España conservará el voto de bloqueo en la UE hasta el año 2017

Los 27 lograron ayer un acuerdo de mínimos para impulsar el nuevo Tratado de la Unión

Angela Merkel, ayer, junto al presidente de la Comisión, Durao Barroso, tras llegar a un acuerdo

Angela Merkel, ayer, junto al presidente de la Comisión, Durao Barroso, tras llegar a un acuerdo

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José Manuel Sanz - bruselas
León

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Los líderes de la UE se pusieron de acuerdo ayer, en otra de sus dramáticas negociaciones nocturnas, sobre los contenidos del futuro tratado que sustituirá al proyecto de Constitución que fue rechazado en 2005 por franceses y holandeses. Europa sale de esta manera de dos años de parálisis e incertidumbre respecto a su futuro, aunque al hacerlo sacrifica algo más que un mero símbolo, en opinión de numerosos analistas. La UE se ha quedado, tal vez para siempre, sin una Constitución, para tranquilidad de quienes temían la transformación de lo que empezó siendo un Mercado Común hace cincuenta años en alguna forma de superestado europeo. Abortado el proceso constitucional que se inició en 2002, los Veintisiete han vuelto en esta cumbre al esquema clásico de reforma interna, aprobando un mandato para una Conferencia Intergubernamental (CIG) que deberá enmendar los tratados vigentes. En esta ocasión, sin embargo, se quería que el mandato fuera lo más estricto posible, para no tirar por la borda todo lo acordado en 2004, y muy especialmente la reforma de las instituciones comunes. Dicha reforma constituyó la «sustancia» del malogrado Tratado constitucional que desde el principio exigían conservar los 18 Estados donde la Constitución había sido ratificada con éxito. Aparte del propósito general de mejorar el funcionamiento de una Unión de 27 miembros, los cambios institucionales tienen como finalidad devolver a los «grandes», y especialmente a Alemania, el peso perdido en la toma de decisiones como consecuencia de las sucesivas ampliaciones de la UE. El nuevo sistema de voto basado en la «doble mayoría» -de Estados y de población- constituyó, como se temía, el mayor obstáculo para un acuerdo. Polonia, el país más grande de los llegados últimamente a la UE, no dudó anoche en mantener durante horas al borde del precipicio al Consejo Europeo con tal de arrancar mejoras en su peso relativo y en su capacidad de influir dentro de una Unión cada vez más alemana. Los gemelos Kaczynski -Lech, presidente de la República, y Jaroslaw, primer ministro, uno en Bruselas y el otro desde Varsovia- obtuvieron el mantenimiento hasta el 1 de noviembre de 2014 de la actual regla de votación , mucho más favorable a los intereses de Polonia que la «doble mayoría». Además, hasta el 31 de marzo de 2017, Polonia (o cualquier otro miembro) podrá solicitar que una decisión se vote por el viejo procedimiento de Niza. Pero para que los Kaczynski accedieran a aprobar el mandato, todavía fueron necesarias otras concesiones, como la reedición del llamado «compromiso de Ioannina», que permite dentro de ciertos umbrales forzar la suspensión de una decisión, aunque el país interesado no disponga de la minoría suficiente para bloquearla. Sentido común En su comparecencia final ante los periodistas, la canciller alemana, Angela Merkel, no dio importancia al aplazamiento, de ocho años respecto al calendario previsto, de la entrada en vigor de las nuevas reglas de voto. ¿Qué es un puñado de años en la historia europea?, se preguntó. A cambio, se había preservado la unanimidad de los Veintisiete en un momento en el que, como subrayó el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, Europa se enfrentaba a un «test» de credibilidad. Merkel jugó las bazas simultáneas de la firmeza y de la persuasión para convencer a los polacos. En los compases finales contó con la ayuda activa del presidente francés, Nicolás Sarkozy; del primer ministro británico, Tony Blair, del español José Luis Rodríguez Zapatero y del luxemburgués Jean-Claude Juncker. Sarkozy comentaría después que habría resultado inimaginable dejar atrás a Polonia en una decisión colectiva de tanta trascendencia. El otro gran protagonista de la cumbre fue Tony Blair, quien, en vísperas de su salida del poder, pudo regresar a Londres muy ufano de haber mantenido todas sus «líneas rojas».

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