LA DECEPCIÓN palestina estaba descontada así como la falta de progresos tangibles, anunciada por la parte israelí. Dos caras de la misma moneda que confirmaban el poco interés de la cumbre árabe-israelo-palestina de ayer en Charm-el-Cheik. En realidad nadie sabe muy bien quién tuvo la ocurrencia, pero el presidente egipcio, con toda probabilidad instado desde Washington, tiene todas las papeletas en lo que era, abiertamente, un intento no de hacer progresar el tenue diálogo entre palestinos e israelíes, sino en reforzar al presidente Abbas tras la victoria de Hamas, en Gaza. Este hecho es capital. Es verdad que el gobierno de emergencia, formado por Abbas con técnicos y aliados del Fatah en Ramalá, ha recibido el apoyo de medio mundo y no hay apenas debate sobre su legitimidad, pero eso no es necesariamente lo que sucede en la vecindad árabe. Y El Cairo se distinguió en eso también. A la vista de que la Liga Árabe defendió a Abbas, pero sin censurar a Hamas, hizo algo tan insólito como difundir su propio comunicado muy severo con los islamistas pensando en los suyos, los
, ilegales. En este orden apenas ha merecido interés el hecho de que los Estados Unidos tuvieron que abandonar rápidamente su propósito de obtener la semana pasada una declaración del Consejo de Seguridad en apoyo de Abbas y contra Hamas porque Africa del Sur, Indonesia, Qatar y Rusia se opusieron frontalmente. Los sudafricanos equiparan el régimen israelí de ocupación al del apartheid que ellos sufrieron y defienden el gobierno palestino de unión nacional, como los qataríes. Olmert advirtió antes de salir de Israel que no había que esperar nada decisivo, rehusó decir qué cantidad del dinero palestino que retiene entregará a Abbas pero si que rehusaría aliviar el bloqueo militar vía controles. Total, casi nada: un ejercicio de relaciones públicas. Hoy sigue, de hecho, el esfuerzo. Mubarak recibe al rey saudí y el
se reúne en Jerusalén y, tal vez, anuncie que Tony Blair acepta ser su enviado especial permanente para la región. Bush se lo ha pedido encarecidamente y voces discrepantes sobre la idoneidad del hombre para la función no parecen amilanar al primer ministro británico saliente.