En Mauritania la policía devolvió a una sierva a sus amos aunque la ley impide la esclavitud
Jabhallah Mint Mohamed nació, probablemente, en 1978, en un lugar desconocido. Desde entonces ha sido esclava de la familia Ehel Bejidiane, de la tribu Touabir, en Abokak, en el sudoeste mauritano. Al igual que otros esclavos, Jabhallah no ha seguido ningún tipo de instrucción, ni posee documento de identidad. Lo único que conoce es el trabajo en la granja, donde se ocupaba de hasta 300 cabezas de ganado, desde el alba hasta el crepúsculo, comiendo con las reses, bebiendo agua difícilmente obtenida de profundos pozos y durmiendo bajo una tienda de apenas tres metros cuadrados con su marido y sus dos hijos. En marzo del 2005, Jabhallah reunió el valor necesario y huyó, al menos hasta que la policía dio con ella y la devolvió a sus amos, tal y como denunció en su momento SOS Racismo Mauritania. «El caso de Jabhallah no es, por desgracia, aislado y no cesan de llegarnos historias similares», afirma Boubacar Ould Messaoud, presidente de la citada oenegé. «Ante la indiferencia generalizada, todos, absolutamente todos, son conscientes de lo que aquí ocurre», se lamenta. La práctica de la esclavitud está al orden del día. Es común que los mauritanos lleven a mujeres jóvenes o a chicos para que sirvan de esclavos domésticos. «Es más, esta práctica se presenta incluso como un acto de filantropía al encuentro de los más pobres, de los más desgraciados, y las familias de buena condición ven normal acoger en su casa a personas de condición baja para servir de esclavo», señala Tima Ousmane, diputado de la Unión de Fuerzas de Progreso, amalgama de partidos de izquierda que ha integrado en su programa la erradicación de la esclavitud en Mauritania.