Israel, la nueva tierra prometida de un futuro floreciente para los africanos
La economía floreciente de Israel sirve de reclamo para sus vecinos pobres de África y no son pocos los inmigrantes de Sudán, Eritrea, Etiopía o Costa de Marfil que se acercan a probar suerte en la tierra prometida. Para los clandestinos africanos, este exilio voluntario es como una ruleta rusa que puede abocar a un empleo bien pagado en una estación turística del mar Rojo o a una larga reclusión en la prisión de Ketziot, en el corazón del desierto de Neguev, al sur. Falta de mano de obra El efecto llamada se produjo cuando el Estado judío permitió de modo temporal que unos centenares de inmigrantes sudaneses trabajaran en estaciones balnearias, como Eilat, a orillas del mar Rojo, faltos de mano de obra. Y, sobre todo, con un sueldo inesperado, por lo que la noticia corrió como un reguero de pólvora por África. Israel, el pueblo emigrante, debe enfrentarse por primera vez a los retos de la inmigración clandestina. Mientras se decide qué hacer con muchos de los que llegan a las fronteras en busca de trabajo, se les recluye en la cárcel de Ketziot. Allí 400 inmigrantes aguardan a la decisión que les dará un permiso de residencia o el estatuto de refugiados. Otros serán reconducidos a la frontera. No entienden por qué están encerrados después de una odisea cuyo objetivo era la búsqueda de trabajo. «Queremos quedarnos aquí porque Israel respeta los derechos humanos», explica William, que huyó de Darfur. Regresar a esta región equivaldría a firmar su propia muerte.