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Publicado por
ENRIQUE VÁZQUEZ
León

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EN EL PAÍS ultra violento que es Pakistán, el asesinato de Benazir Bhutto es digerido con una especie de maldición por fin cumplida, pero se trata además de un cuidadoso y cruel medio para arruinar el proceso político-institucional en marcha y del cual la futura primera ministra era una pieza clave. Ella sabía que su vida corría peligro: el día de su retorno ya se produjo un terrible atentado que mató a centenar y medio de personas, y ella se libró por poco. Los terroristas, con toda probabilidad «yihadistas» radicales, no le perdonaban su promesa de acabar con el auge islamista-integrista ni su papel en lo que, en el fondo, ha sido una operación de inspiración norteamericana para «blanquear» al general Musharraf, aferrado al poder desde su golpe de 1999. Por eso es poco probable que el jefe del Estado y que controla las fuerzas armadas directamente o a través del general Keyali, jefe del Estado Mayor y protegido suyo, cancele las legislativas del 8 de enero porque eso sería una victoria de los inspiradores del atentado. De hecho ni siquiera ha sido proclamado el estado de excepción y el presidente se limitó a poner a las fuerzas armadas en estado de máxima alerta. El ejército, percibido como la ultima ratio en un país siempre al borde del caos, tiene ahora, de nuevo, un papel relevante: el de cancerbero de la nueva legalidad, forzada por el general Musharraf bajo el estado de urgencia que le sirvió para retocar la Constitución, permitirle seguir en la presidencia, blindarse contra eventuales reclamaciones judiciales, amnistiar a Bhutto y arreglar la ley para permitirle ser jefa de gobierno por tercera vez. El dúo Musharraf-Bhutto era la pieza central del diseño, ahora en peligro pero no abandonado. Lo razonable sería que el Partido Popular Paquistaní disponga quien heredará el liderazgo de Benazir y, por tanto, la eventual dirección del gobierno de coalición y vea de aplicar su programa: emplearse a fondo contra la insurgencia islamista, recibir más ayuda norteamericana, cancelar toda sombra de ambigüedad y actuar como lo que se supone que es el gobierno de Islamabad y como le describen, un poco sucintamente, las agencias anglófonas: un «socio clave de Washington en el actual entramado de la lucha contra el terror.