Diario de León

| Análisis | La mano que mece la cuna |

El amor impulsa a Obama

Como ocurriera en su día con Jackie Kennedy, Michelle Obama encarna la pareja estable y feliz que todo candidato estadounidense necesita para llegar a la Casa Blanca

Barak Obama junto a su familia en uno de los mítines de este fin de semana

Barak Obama junto a su familia en uno de los mítines de este fin de semana

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Mercedes Gallego - washington
León

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«El amor de mi vida» Así presenta Barack Obama a su esposa Michelle, que suele precederle en los mítines con la fuerza de un huracán. Esta mujer que casi le retira la palabra cuando dejó el lucrativo gabinete de abogados para dedicarse a la política se ha convertido en uno de sus mejores activos, y no sólo porque cada vez que aparece en el escenario con sus hijas de 6 y 8 años de la mano evoca aún más el anhelado espectro de John Kennedy con el que se le asocia, sino porque EEUU parece estar listo para elegir a un presidente negro o incluso a una presidenta, pero no a un lobo solidario con libertad para flirtear a su antojo. En la era Sarkozy, la liberalidad francesa pone al descubierto que incluso entre los demócratas la sociedad americana sigue siendo conservadora. Obama rechaza la idea de un país rojo y otro azul (republicano y demócrata), y hace votos de ser el presidente de los Estados Unidos de América. Para cumplir con esa promesa la estabilidad de sus 15 años de matrimonio resulta vital. Ann Romney es el inseparable florero del candidato republicano Mitt Romney. Cada vez que éste se presenta a los votantes se apresura a presentarla con una postilla. «Llevamos casados 37 años», dice invariablemente. Y todavía tienen la desfachatez de fingir sorpresa en un vídeo que se muestra en los actos de campaña. «Ya llevamos casados 37 años», dice amorosamente el ex gobernador en el salón de su hogar. ¡Es verdad, 37 años!», exclama ella, como si acabara de darse cuenta. Más historias La historia del candidato que lleva casado toda la vida con su primera novia del instituto que también ostenta Mike Huckabee, se ha vuelto tan imprescindible entre los aspirantes republicanos que sin su high school sweetheart parecen estar políticamente acabados. Es el caso de Rudy Giuliani, cuyo segundo matrimonio acabó en los tabloides cuando se dio a conocer su relación con una amante a la que luego ha convertido en esposa. Poco se imaginaba entonces el alcalde de Nueva York que con aquél agrio divorcio estaba hipotecando su futuro político. Para la masa evangélica sin la que el partido conservador no parece capaz de ganar la presidencia el lío de faldas lo degrada a la categoría moral del Bill Clinton mujeriego que tan mal ejemplo consideran para sus hijos. En el abanico republicano John McCain también tiene una mancha en el expediente marital, pero sus correligionarios prefieren atribuir ese divorcio a las cicatrices de cinco años como prisionero de Vietnam, pese a que él mismo se atribuye toda la culpa. La ha redimido con los 27 años de buena conducta que lleva casado con segunda esposa, Cindy, y una reputación de honestidad personal que nadie le discute. Obama tiene ya demasiadas cosas en contra como para permitirse el lujo de romper esa imagen de estabilidad y matrimonio feliz que cultiva con ahínco. Si John Kennedy explotaba a espaldas de su esposa Jacky las fotografías de sus hijos jugando en la Casa Blanca, el senador de Illinois se encarga de contar a la prensa como lee Harry Potter a su hija Malia y cuántas horas han tardado en montar juntos el árbol de Navidad. Pero si bien entre los republicanos la esposa del candidato es un personaje sumiso y sonriente que le acompaña a todos los actos cogida de la mano, entre los demócratas es un desdoblamiento de éste que sigue una agenda paralela de mítines.

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