Diario de León

«Esta sangre es una medalla para entrar en el paraíso»

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León

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Ayer, último día de las celebraciones de la Ashura, los penitentes cambian el negro de sus atuendos por túnicas blancas, color del sacrificio. Cuando los primeros rayos del sol resplandecen en las cúpulas doradas de las dos mezquitas de Kerbala, los fieles comienzan a bailar al son de los tambores golpeándose la parte superior de la frente con la hoja afilada de sus espadas. Todavía entumecidos por una noche a la intemperie, los penitentes contemplan enervados cómo se tiñen de rojo sus vestimentas. «Hago esto para rendir homenaje al imán Husein», explica Hassan. «Este ritual expiatorio me alivia», asegura este fontanero de Kerbala, con la cara manchada por sangre reseca. «Lloro lágrimas de sangre y de amor por quien se sacrificó», argumenta. Otro penitente, con la frente destrozada a cuchilladas, explica con una sonrisa de oreja a oreja esta mortificación redentora. «Estas manchas de sangre son como medallas para entrar en el paraíso», asegura Ali Sadiq, un ingeniero de Kerbala. Las procesiones se suceden durante varias horas en la vasta explanada que comunica la mezquita de Abas con la del imán Husein. Hay quien desfila por las calles abarrotadas de chiíes flagelándose el pecho con cadenas. Al grito de 'Haidar, Haidar', otro de los nombre del imán, los golpes de los tambores se mezclan con las notas de las trompetas de guerra y los chasquidos de los sables, cuyas hojas lucen ensangrentadas. Este entusiasmo místico y violento no suscita la unanimidad de la comunidad religiosa mayoritaria de Irak. No son pocos los que entienden que estos rituales ofrecen una imagen sanguinaria y retrógrada del chiísmo.

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