| Crónica | Fin de la crisis diplomática | OPINIÓN
Miedo en el río SanMiguel «Tregua en América Latina»
El temor aún se respira a lo largo de la frontera del río que sirve de divisoria natural entre los dos países y separa la provincia ecuatoriana de Sucumbíos y el departamento de Putumayo
Aunque los gobiernos de Ecuador y Colombia dieron por superada la crisis diplomática surgida por el ataque colombiano en territorio ecuatoriano contra las Farc, el temor a la violencia aún subsiste en la zona de la frontera común. Ese temor se respira a lo largo de la frontera del río San Miguel, que sirve de divisoria natural entre los dos países y que separa la provincia ecuatoriana de Sucumbíos y el departamento colombiano de Putumayo. No obstante, a ambos lados del puente internacional sobre el río San Miguel, que une ambos países, se intuye el sosiego que provocó el que los presidentes de los dos países, el ecuatoriano Rafael Correa y el colombiano Álvaro Uribe, se estrecharan la mano en Santo Domingo para dar por superada la crisis. «Eso está bueno, porque somos dos pueblos hermanos», comentó a Efe un habitante del caserío colombiano que se asienta en el extremo norte del puente de San Miguel, aunque no quiso revelar su nombre por temor, porque en estos lugares «nadie habla». «No, no... no señor», decía negándose a responder preguntas de algunos periodistas ecuatorianos que llegaron al caserío para constatar la situación en la zona. Otro vecino del lugar también evitó revelar su nombre cuando comentó la situación mientras medía gasolina comprada en Ecuador por ser «más barata». «Aquí se comercia todo con el Ecuador, ellos (los ecuatorianos) nos compran cosas y nosotros a ellos, casi siempre, a toda hora. Somos como hermanos», agregó, tras remarcar: «parece que ya se acabó». «Sí, todo está más tranquilo», añadió tras explicar que casi todos los habitantes del pueblo siguieron la retransmisión televisiva de la Cumbre del Grupo de Río, en República Dominicana, donde el viernes Correa y Uribe dieron por superado el incidente. La tensión subió de tono en la zona fronteriza después de que Ecuador rompiera relaciones diplomáticas con Colombia y ordenara reforzar la seguridad militar en la zona, tras el bombardeo que efectuó el pasado 1 de marzo el Ejército colombiano contra un campamento clandestino de las Farc en territorio ecuatoriano. En esa operación murieron el portavoz internacional del grupo guerrillero, Raúl Reyes, al menos otros 25 rebeldes y un militar colombiano, según los últimos informes de las autoridades militares ecuatorianas. «Eso ha sido por allá, abajo», decía por su parte un vecino de la localidad ecuatoriana de General Farfán, muy cerca del puente internacional, quien apuntaba con su dedo a la selva, hacia el sitio del bombardeo. Pese a que las actividades cotidianas en ese lugar fronterizo se desarrollan con normalidad, sus habitantes tampoco quieren hablar mucho con la prensa. Un veterano canoero, que habitualmente transporta pasajeros y mercadería de un lado al otro del río San Miguel, no accedió a hacer un recorrido por el cauce con los periodistas. «No vale, es que al otro lado están los guerrilleros», señalaba el navegante, mientras miraba, aguzando la vista, la orilla de enfrente, como queriendo avistar a alguien en la selva. «Es peligroso», añadía, no sólo para los pasajeros, sino para ellos mismos, porque, según comentaba otro vecino del lugar, al otro lado «les pueden molestar» por llevar gente desconocida. El pequeño embarcadero de General Farfán no ha perdido el movimiento habitual y se nota una mayor presencia de militares ecuatorianos patrullando la región. En el destacamento militar del poblado, asentado junto al río, los soldados de guardia observan todos los movimientos, pero ahora, según dicen, «más tranquilos», porque, «se ha superado el problema» con Colombia. Mientras, en la calle principal de General Farfán, la música a todo volumen y el aroma de comida invade el ambiente, como si nada pasara, aunque los vecinos saben que al otro lado del río, el conflicto aún se mantiene. EL PRESIDENTE de Colombia, Álvaro Uribe, ha encontrado oro puro en el ordenador de Raúl Reyes, el número dos de las FARC abatido en suelo ecuatoriano. Después de una semana de alta tensión, insultos, amenazas y ruptura de relaciones diplomáticas, el gesto del presidente colombiano de ir a saludar al presidente ecuatoriano, Rafael Correa, y al venezolano, Hugo Chávez, después de revelar algunos datos comprometedores, sirvió para solucionar, aparentemente, con un apretón de manos una crisis que en principio había amenazado con desencadenar una guerra. El escenario fue la cumbre del Grupo de Río que se celebraba en Santo Domingo y fue impulsado por el presidente dominicano, Leonel Fernández. Hubo un convidado de piedra, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, que horas antes había roto relaciones con Colombia y tuvo que rectificar al quedarse en una situación ridícula, de comparsa y marioneta de Chávez. ¿Por qué se ha solucionado así de supuestamente fácil una crisis que había disparado todas las alarmas internacionales? ¿Cómo se retira Chávez tan rápido de un filón que le servía para ocultar las dificultades internas que se le multiplican tras perder el referéndum que le iba a otorgar todo el poder? Uribe ha dosificado parte de una poderosa razón: la información que contiene el ordenador de Raúl Reyes. El presidente colombiano esgrimió una carta de Reyes a su jefe en las FARC, Manuel Marulanda, en la que hablaba de la contribución a la campaña electoral del ecuatoriano Correa quien salvó la situación como pudo acusando a su oposición de no estar limpia. Asistimos a una tregua forzada en América Latina porque las revelaciones que ahora maneja el gobierno colombiano pueden provocar muchos dolores de cabeza a las agresivas víctimas que denunciaban la acción intolerable de violar la soberanía ecuatoriana para abatir a un destacado grupo de terroristas de las FARC. La operación militar que acabó con la vida de Raúl Reyes marca un cambio sustancial en la estrategia del venezolano Hugo Chávez de extender su influencia en América Latina porque su supuesta labor humanitaria para liberar a los rehenes secuestrados por las FARC podría demostrarse, en realidad, una manipulación con relaciones estrechas con los narcoterroristas para derribar al presidente colombiano Uribe, aliado de Estados Unidos, que curiosamente se mantiene en un aparente segundo plano, como España.