| Crónica | El día a día en la tierra de los persas |
Vivir sin agua, ni luz eléctrica
Cinco años después de la invasión el país no ha podido restablecer aún el servicio eléctrico pese a estar desbordados por la masiva exportación de electrodomésticos desde Kuwait
Una enorme pantalla plana suele presidir el salón de las casas iraquíes. Televisión por satélite gratis cortesía de los países vecinos, basta poner la parabólica en el tejado por 80 dólares para disfrutar cientos de canales. Series de éxito como 'Ley y Orden' o 'CSI' subtituladas en árabe. Un chirriante anacronismo en casas arcaicas sin cuarto de baño alumbradas por lámparas de queroseno. A la democracia puede estar costándole abrirse paso en Irak, pero el consumismo ha entrado con la fuerza de un huracán. El país donde hace cinco años no existían los teléfonos móviles y ni las universidades tenían internet hoy está desbordado por los electrodomésticos que exportan masivamente Kuwait o los Emiratos Árabes. Más baratos incluso que en el puerto libre de Dubai, la avalancha de aparatos electrónicos ha creado unas necesidades entre la población que ridiculiza sus sueldos y les hace anhelar el próximo aparato. Los nuevo millones de flamantes móviles que había a principios del año pasado no funcionan la mitad del tiempo. En parte por la escasez de antenas que fuerzan a quienes quieren o necesitan estar conectados a poseer tres teléfonos de los tres operadores existentes, pero sobre todo por los inhibidores que utilizan los convoys militares a su paso para bloquear las señales e impedir que sean usados como detonadores. Si aparece un helicóptero en el cielo y la policía corta las calles, no hay que esperar llamadas en las próximas horas. Algún alto mando visita la ciudad. Eso puede acabar con la comunicación, pero no con la eficacia de los móviles. El principal uso que le dan los iraquíes es el de hacer de linterna. Un pequeño haz de luz, siempre a mano en el bolsillo, ideal para encontrar las llaves en las calles oscuras o el baño en mitad de la noche. Demanda eléctrica Lavadoras, móviles, videojuegos y televisores han doblado la demanda eléctrica de un país que ni siquiera ha alcanzado la producción que tenía antes de que los estadounidenses destruyeran las plantas por segunda vez. En 1991 el gobierno de Sadam Hussein se las apañó para reparar buena parte de la red pese al embargo, pero esta vez los ingenieros iraquíes han desaparecido con la purga de militantes del Bass, al que estaban afiliados un millón de profesionales iraquíes. Karim Wahid Hasan, ministro de Electricidad Iraquí, dice estar cubriendo el 40% ó 50% de la demanda, una declaración que a simple vista falta escandalosamente a la verdad. Su mejor proyección es incrementar la producción en un 60% para el 2015 si se le proporcionan 2.500 millones de dólares para invertir en infraestructura. Najim Askouri, ex jefe de investigaciones de la Comisión Iraquí de energía Atómica, proclama que dado el estado en que se encuentran las centrales eléctricas, la única solución es sustituirlas por energía nuclear, supervisada por la Agencia Internacional de Energía Atómica de la ONU y bajo control estadounidense. Cuando llegue el verano y empiecen a tirar los aires acondicionados, su propuesta encontrará más oídos. En Bagdad, que disfrutaba de un servicio interrumpido sólo por las bombas hasta tres días antes de que cayese el régimen, la organización ElectronicIraq.net estimaba en 2006 que la red nacional proveía a la capital con 2,4 horas diarias de luz, algo que no ha hecho más que empeorar a medida que envejece la infraestructura y aumenta la demanda. «¿Dos horas?», se indignó M. Almudáfar durante la visita de esta periodista a su hogar de la capital, mientras se levantaba por enésima vez para encender su generador particular y terminar de ver las noticias. «¡Ni quince minutos! ¿No has visto?». En Nayaf, donde la ciudad decía el verano pasado producir 50 megawatios para cubrir unas necesidades de 200, Sami Rasouli se ha hecho vegetariano. «Con tres horas de luz al día no hay quien se coma la carne». Tanta carne podrida comió hasta llegar a esa decisión que la simple imagen le levanta el estómago. Marrullería Cualquier hogar iraquí tiene que enfrentarse en esta era tres a facturas de luz y una de queroseno, el combustible que utilizan para las lámparas que dejan encendidas por las noches, las estufas de gas y sus generadores particulares. Uno de los fusibles está enganchado a la red nacional, otro a la del barrio y un tercero al generador propio que encienden cuando fallan los dos anteriores, si es que tienen combustible para alimentarlo. La marrullería generalizada hace que los distribuidores lo diluyan en agua antes de vendérselo y encima lo sirvan en contenedores trucados para rebajar los 220 litros al mes que corresponden con la cartilla de racionamiento. Lo que escatiman lo venden más caro en el mercado negro. Un recurso caro y peligroso. Durante la visita de esta enviada especial al hospital de Nayaf, Rasouli se encontró con un conocido, el director de un colegio cercano al que los Equipos de Musulmanes por la Paz han instalado un filtro de agua. El hombre no estaba para presentaciones sociales. Acababa de dejar a su mujer en urgencias con los brazos quemados. Se acercó a la cocina después de haber llenado los quinqués de queroseno. Sin electricidad tampoco funcionan las bombas de agua. Y como la luz, su llegada es imprevista. A media noche, cuando nadie se lo espera, vuelve el suministro, se encienden las luces y empiezan a correr los grifos. La familia, adormilada, se saluda en las escaleras apagando los interruptores que quedaron encendidos con el último apagón. Es la vida cotidiana en Irak.