Diario de León

La presión obliga al presidente Bush a reiterar su posición favorable al diálogo de las partes

Batalla de manifestantes en San Francisco al paso de la antorcha olímpica

Se llegó a preparar un ferry para el caso de que las protestas bloquearan las calles

Manifestantes pro chinos y pro tibetanos se enfrentaron en la antesala

Manifestantes pro chinos y pro tibetanos se enfrentaron en la antesala

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Mercedes Gallego - san francisco
León

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Al amanecer, miles de personas se habían congregado ya en la plaza de McCovey Cove, donde empezó a la 1 de la tarde el único recorrido de la antorcha olímpica en Norteamérica. Pero esos primeros manifestantes no protestaban contra la represión en el Tíbet, sino que blandían la bandera china. «El Tíbet está mejor de lo que estaba», decía una de las pancartas, henchida de nacionalismo chino. La guerra en las calles de San Francisco, donde un tercio de su población es de origen asiático, estaba servida. Miles de activistas de todo el país habían descendido hasta esa puerta del Pacífico para oponerse a la celebración de las Olimpiadas en un país que reprime los derechos humanos y apoya a algunos de los peores tiranos del mundo. Free Tibet, Save Darfur, monjes birmanos y hasta defensores de los animales retomaron otra antorcha, la de las protestas. El aguerrido alcalde de San Francisco, Gavin Newsom, que ganó la plaza a los 36 años, ha sido adalid de causas como los matrimonios entre homosexuales o la prohibición de las bolsas de plástico. Esta vez, sin embargo, se había propuesto defender la reputación de la ciudad al garantizar que la antorcha partirá a Buenos Aires tras un pasillo por la bahía. Para garantizar el éxito de su misión diseñó planes alternativos para superar imprevistos. Tres barreras policiales defendieron a los deportistas que portaron la antorcha. Los primeros corrían a pie junto a los atletas y los paramilitares chinos de azul. La segunda barrera estaba formada por agentes en bicicleta, y la tercera por policías motorizados. Un contingente de antidisturbios esperaba en las calles aledañas para entrar en acción en caso necesario. Desde el mar les seguía también un ferry en el que la antorcha hubiera embarcado en caso de que los atletas se encontraran bloqueadas las calles por una sentada o por las manifestaciones. Tan intimidatoria era la seguridad que una joven atleta de 14 años se retiró antes de empezar la carrera, por decisión de sus padres, que no quisieron verla en medio de esa pugna. El propio Newsom se había visto entre la espada y la pared. Y no sólo por las visitas del presidente del Comité Olímpico, el embajador chino y las llamadas de Washington, que temían que los disturbios en San Francisco dañaran las relaciones de EEUU con China, sino también de sus propios constituyentes. Del potente Chinatown salían las voces de los hombres de negocios que exigían respeto para su país de origen, quizás porque los deseos independentistas del Tíbet exaltan el nacionalismo de los chinos.

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