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Publicado por
JAVIER FERNÁNDEZ ARRIBAS
León

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ES UNA PENA que la visita pastoral del Papa, Benedicto XVI, a los Estados Unidos se haya producido al final del mandato del presidente, George W. Bush. Quizá sea mucho pensar, o quizá pese más el deseo que la realidad, que el presidente que va a pasar a la historia como uno de los menos afortunados pudiera hacer caso al Papa. No reparó ni un segundo en considerar las reiteradas peticiones de paz y de soluciones diplomáticas y pacíficas que le formuló en su momento Juan Pablo II antes de la fatídica intervención en Irak. Sin embargo, es público y notorio el fervor religioso de un presidente Bush que ha tenido a su alrededor numerosos pastores de diferentes iglesias evangelistas. El más influyente, el que le ayudó a superar sus problemas con el alcohol. Las palabras de Benedicto XVI en Naciones Unidas tienen una proyección internacional por encima de credos religiosos o de intereses políticos. Se trata de mejorar la vida de millones de personas que sufren injustamente en un mundo globalizado donde unos pocos derrochamos mucho y unos muchos mueren de hambre. Por ejemplo, la ONU ha advertido que la subida del precio de los alimentos puede impedir la ayuda alimentaria a 100.00 niños. Necesitan con urgencia 775 millones de dólares. Un incremento de precios que, además, puede provocar en América Latina otros 15 millones más de indigentes. El Papa ha pedido acciones colectivas frente a decisiones de unos pocos para afrontar los problemas que asolan el mundo; ha advertido de que los países que actúan unilateralmente en el escenario mundial socavan la autoridad de las Naciones Unidas y debilitan el consenso amplio, necesario para afrontar los conflictos y ha abogado por intervenciones de la comunidad internacional, bajo mandato de Naciones Unidas, en defensa de la población, de los derechos humanos y en crisis humanitarias. En fin, conceptos poco coincidentes con la política realizada por Bush. Pero, más allá de los aspectos políticos, no debemos olvidar que los viajes papales tienen un objetivo pastoral prioritario y su periplo norteamericano no ha podido ser más fructífero al enfrentar cara a cara, con los afectados, el problema de los abusos sexuales por parte de sacerdotes y al propiciar un acercamiento entre religiones tras su visita a la sinagoga de Nueva York. Benedicto XVI viaja sin tanto perfil mediático como Juan Pablo II pero soluciona problemas.