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Publicado por
ENRIQUE VÁZQUEZ
León

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EN LO que es una expresión del sentimiento abrumador del americano medio, los aspirantes presidenciales Obama y McCain se unieron a la unanimidad nacional al respecto y concurrieron sin la menor disonancia a la sobria conmemoración de la matanza de 11-S en Nueva York. Tal identidad sólo se ha dado con esa contundencia en otro asunto, el del rescate con fondos públicos de entidades de crédito hipotecario, que ambos respaldaron a toda velocidad en cuanto fueron anunciadas. Las razones son distintas y la conveniencia electoral de tal rescate no tiene que ver con lo que es una íntima convicción y una sentida solidaridad con las víctimas. Se ha dicho miles de veces que lo sucedido hace siete años con los atentados de al-Qaeda cambió el rumbo de los acontecimientos en el mundo y en cierto modo es verdad, pues alteró y condicionó a fondo la política exterior de la hiperpotencia americana, pero se subrayó menos un detalle colateral pero de importancia capital: los EE.UU. se sintieron desde entonces un país en guerra y Europa no. Esta diferencia remite a la psicología popular, el proceso de toma de decisiones en Washington, la perplejidad del público en muchas latitudes y la aparición de fracturas mundiales inherentes sobre todo a la invasión de Iraq, tal vez hija también del 11-S, pues sirvió como exutorio y permitió presentar al país a la ofensiva, como lo quiere Bush. Tras siete años de tormenta, con las finanzas internacionales en ruinas y alrededor de medio millón de muertos vinculados a la crisis, todo esto no tiene visos de acabar, sino de ser la agenda que heredará el sucesor de Bush. McCain propone mantener la política de seguridad vigente y Obama juzga insuficientes las medidas en curso (principio de retirada de tropas en Iraq) aunque van en la dirección que él propone. En términos prácticos los resultados son mediocres: Bin Laden, que se sepa, sigue vivo y operativo y la azarosa semi-estabilización en Iraq se acompaña de un grave empeoramiento en Afganistán y en Pakistán, donde los norteamericanos comienzan a actuar sin la luz verde del gobierno local, suscitando una inquietante cólera popular que parece sentir también el gobierno y una parte al menos del insoslayable mando militar nacional. El general Kayali pide respaldo público para lo que se haga si se quiere que sea útil.