ANÁLISIS
El poder de los contrapesos
LA DEMOCRACIA estadounidense se expresa, inagotable, cada día. Con decisiones que pueden abarcar desde el presunto deber de proteger el derecho de los animales a malvivir en jaulas pequeñas, mientras esperan la muerte en el matadero, hasta la solemne advertencia de un presidente que se dispone a vetar nada menos que una ley votada por el Parlamento. Esa expresión democrática llegará hoy a su cénit en una cita con las urnas en la que corresponde elegir al presidente y al vicepresidente del país, pero también a una gran parte del legislativo y a varios miles de cargos estatales, locales o de los Condados, además de resolver los referendos introducidos al efecto bajo la protección de la ley. Un observador foráneo comprueba, antes que nada, dos cosas: el vigor y la estabilidad del sistema (la Constitución acaba de cumplir 221 años) y la condición genuinamente federal de EE.UU. Los estados retienen competencias amplísimas, parlamentos y tribunales supremos y están orgullosos de sus peculiaridades y sus tradiciones, hasta el punto de que contemplan a menudo a Washington como un mundo lejano y no muy fiable. Eso explica que ciudadanos de Michigan quieran someter a consulta, como aprovechando el día, si se debe aliviar la ley que impide producir alcohol «impuro», con la misma naturalidad con que otra iniciativa similar en California insta al electorado a que obligue al Supremo estatal a revisar su decisión de legalizar el matrimonio homosexual. La gran jornada de hoy traducirá todas esas facetas de la tradición y de la vida social norteamericana y también el juicioso ajuste periódico de la clase política, la elección regular y frecuente de las autoridades y el poder para desalojarlas. Hoy se elige al presidente y vicepresidente más un tercio del Senado y los 435 diputados federales en un marco de división de poderes (tocarán de nuevo elecciones de mitad de legislatura en 2010, porque ese año corresponde a una cifra que dividida entre cuatro da dos como resto, tal y como está fijada la previsión legal). Cuanto de innovador o distinto surja será el resultado de la aplicación del programa del ganador quien, en todo caso, se encontrará pronto con las limitaciones y controles que los constituyentes establecieron hace dos siglos. Están tasados en el artículo uno de la Constitución y pueden impedir todo abuso presidencial, mientras el jefe del Ejecutivo está habilitado para vetar en primera instancia un proyecto que le disguste (Bush ha recurrido muy poco a esta capacidad). El presidente, casi un rey en un régimen muy presidencialista -sin primer ministro, él es jefe de Estado y de gobierno a un tiempo- hará cuanto pueda, pero no cuanto quiera: en el Capitolio de Washington y en las asambleas estatales se encuentra la última llave de las decisiones. Por eso será notable ver, si lo vemos, un mandatario demócrata con un legislativo también demócrata. Pero poco hay que temer: antes que militantes, los elegidos serán servidores de sus electores en cada distrito. Casi nada.