La estrategia de acercamiento político entre Washington y Moscú margina a los países del Este
varsovia
Estados Unidos y Rusia viven una luna de miel desde que Barack Obama llegó a la jefatura del Estado del país más potente e influyente del mundo. Las turbulencias de la etapa en que Georges W. Bush y Vladimir Putin dirigían los destinos de sus respectivos países, en gran medida, han desaparecido, aunque no las divergencias sobre determinados aspectos de política internacional.
El mensaje de Obama es muy claro: reforzar la colaboración con Rusia en el ámbito político, económico y de seguridad. Moscú, aunque sus dirigentes sigan siendo políticamente imprevisibles, parece estar por la labor, pero deja a un lado a los países del Este. Al menos eso dicen los hombres fuertes del Kremlin como el presidente ruso, Dimitri Medvédev, el propio Putin o el poderoso ministro de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, que se lleva de maravilla con su homóloga estadounidense, Hillary Clinton. En un ambiente fuera de tensiones, los dirigentes de ambas potencias tienen la esperanza de trabajar juntos en todos los órdenes. Asuntos tan importantes como Afganistán, Irán, Georgia, la renegociación del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas la lucha contra el terrorismo internacional, o el futuro de la Otan ya no provocan enfrentamientos entre Washington y Moscú, aunque las discrepancias no han desaparecido.