OPINIÓN | ENRIQUE VÁZQUEZ
En su peor hora
EL PRESIDENTE Obama recibió ayer en la Casa Blanca al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, cuando llueven los indicios no sólo de una grave debilidad política del sucesor de Yasser Arafat en la jefatura de la entidad creada mal que bien por los Acuerdos de Oslo. También, más relevante a ciertos efectos, del liderazgo de Al Fatah, el histórico partido de la resistencia palestina tradicional y eje hasta ahora insoslayable de la misma. A día de hoy Abbas ni siquiera puede obtener la confirmación parlamentaria del nuevo gobierno presidido, como el saliente, por el economista Salam Fayyad. Y no únicamente porque no hay quórum, dado que Israel encarceló hábilmente a más de 30 diputados islamistas, sino porque al-Fatah rehúsa investir a un ejecutivo a la medida de Fayyad, que sólo tiene dos escaños propios en la Cámara, y sopesa incluso la posibilidad de boicotear al gobierno dejando al presidente en un aislamiento político sin precedentes.
Pero Abbas es nominalmente el líder palestino disponible y, tras haber recibido al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, Obama y Hillary Clinton han cumplido con su obligación de hablar con él, a falta de mejores opciones y en un ambiente de buscado equilibrio de Washington como «honrado mediador». El miércoles, Clinton dejó bien claro que la Administración estadounidense quiere el fin sin trucos de toda construcción adicional en los territorios ocupados, algo que Israel, ahora ya oficialmente, no desea hacer ni hará.
En este escenario, con el auge islamista acreditado en las encuestas, sin esperanzas de reconciliación Fatah-Hamas y con un Gobierno ultra en Israel, el explícito apoyo del presidente Obama a una solución del trágico conflicto sobre la base clásica de los dos Estados suena a un buen deseo. Tras él se oculta un visible empeoramiento, desde el punto muerto civilizado de la Conferencia de Annapolis -”negociación de más de un año sin avances, pero con muchas reuniones y muchas fotografías-” al fin del diálogo, lo que dibuja un ominoso porvenir en la zona. Las presiones de Washington sobre Israel, ya visibles, no alterarán la decisión de Tel Aviv de esterilizar y dar por abolida, con considerable respaldo social, la vía de los dos Estados. La crisis recomienza desde otros y desconocidos parámetros.