opinión | enrique vázquez
Cambio cualitativo
Definitivamente, la crisis social y política en Irán tiende a ser institucional: los incansables manifestantes de la oposición no claman ya contra el fraude electoral, sino contra el rumbo del régimen. Se perfila abiertamente una crisis sistémica más allá de la lógica cólera por el aparente robo de la victoria a Mir Husein Musaví en las elecciones de junio.
La gran novedad de los últimos disturbios es la creciente participación en la convocatoria de las marchas prohibidas de clérigos procedentes de la Revolución Islámica, dos ex presidentes de la República (Mohamad Jatami y Hashemi Rafsanyani) y otros ayatolás del peso de Jalaledin Taheri o Yusuf Saanei.
Ellos certificaron la licitud de la gran revuelta popular contra el sha en los años 70 y ayudaron a crear el nuevo régimen desde el principio, propio de la chiía y conocido en el mundo del derecho y la política como vel¢yat-e faqih , la intervención de los religiosos en el gobierno.
Por extravagante que suene en los oídos occidentales, el mecanismo no sólo ha sido tradicionalmente aceptado en Irán. La superación del mismo en el proceso de occidentalización aplicado autoritariamente por la dinastía Pahlevi instaurada en 1925 tras el golpe militar de Reza Jan, abuelo del último sha, fue a fin de cuentas el causante último de su caída.
El guía de la Revolución, Ali Jamenei, un hombre hábil, parece sobrepasado por los acontecimientos, aunque impulsó medidas apaciguadoras como purgar el poder judicial de -ultras- políticamente motivados y ordenó el fin de las torturas en las cárceles.
Pero su intento aparente de arbitrar las tendencias del poliédrico sistema iraní ha fracasado. Es dudoso que a estas alturas pueda enfrentarse a quienes son los verdaderos dueños del poder: los servicios de seguridad (guardianes de la Revolución) y la fiel y poderosa milicia ( basidji ). Ambas organizaciones son mucho más que lo que parecen: controlan grandes empresas vinculadas a Defensa, la Banca, el import-export y el petróleo.
Con el valor añadido de representar a las familias de casi un millón de mártires de la guerra contra Irak por medio de fundaciones que han creado, además de un modus vivendi , una fuente de leal clientelismo político.