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Crónica | miguel ángel zamora

Con Dios

El entierro del obispo emérito de León, Antonio Vilaplana, se convierte en una ceremonia cargada de emotividad

Los restos mortales de Antonio Vilaplana, en el funeral.

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León

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Fortitudo mea Dominus (El Señor es mi fuerza). El lema episcopal de Monseñor Antonio Vilaplana resonó también entre los vitrales de la Catedral de León el día de su sepelio, haciéndose un hueco entre el frío de los bancos y el calor de los corazones, porque más de un millar de personas se acercaron a despedir al que fue presidente de la Comisión de la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal por obligación, al obispo emérito de León por devoción.

Monseñor Julián López ofició el funeral. En la homilía repasó la biografía del finado. «Solía recordarnos que no somos dueños de la palabra que nos ha sido confiada, si no oyentes primero y testigos después».

Una decena de sacerdotes a los que el fallecido había ordenado durante su carrera profesional habían portado antes el féretro a hombros, para introducirlo en la seo, procedente del Palacio Episcopal, en el que se había instalado la capilla ardiente.

«Fue uno de los obispos que me impuso las manos el día de mi ordenación», rememoró Monseñor Julián López. «Quiero renovar el compromiso de la iglesia legionense de continuar la aplicación de las constituciones del Sínodo Diocesano de 1993 a 1997».

«Que en estos momentos no nos embargue la tristeza», propuso el actual obispo. «Por intercesión de la Virgen del Camino, de San Froilán y de todos los santos y beatos leoneses, debemos pensar que Dios ha acogido ya el alma de Don Antonio para introducirlo en la asamblea de los bienaventurados». Así sea.