Diario de León

Reportaje | enrique alonso pérez

Los contrastes literarios de la Ruta

La multitud de escritos y libros sacados a la luz sobre el Camino de Santiago constituyen toda una amalgama de contradicciones e imprecisiones que ya son parte de la historia

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Iniciamos la tercera entrega de nuestro «peregrinaje», con la cita del cronista musulmán Ben-Idzari: «La Iglesia de Santiago, es para los cristianos como la Qaaba para nosotros (La Meca). La invocan en sus juramentos y van a ella en peregrinación desde los países más lejanos, incluso desde Roma y más allá». El cronista musulmán llega a decir que «los cristianos estaban tan seguros de la importancia de Santiago que afirmaban que era hijo de José el carpintero y, por tanto, hermano del Señor».

González Porto-Bompiani, en su «Diccionario Literario» editado por Montaner y Simón en el año 1967, recoge este pasaje: «Una tradición difundida en España anteriormente a la invasión musulmana dio lugar a la leyenda según la cual el cuerpo del Apóstol habría sido milagrosamente trasladado de Palestina a Galicia, donde a principios del siglo IX se veneraba como suyo un sepulcro junto a la antigua ciudad de Iria Flavia, en el mismo lugar donde más tarde surgió el gran Santuario de Santiago de Compostela».

Y por último, con la autoridad carismática de todo un Papa, como León XIII, trasladamos un pequeño párrafo de su Encíclica Deus Omnipoten s publicada en 1884: «Después de haber muerto el Apóstol Santiago en Jerusalén, fue recogido por sus discípulos Atanasio y Teodoro, los cuales se embarcaron con el santo cuerpo yendo a abordar a las costas de España, correspondientes a la región de Amaia, en la que reinaba doña Lupe; esta reina era idólatra y muy pérfida; pero los discípulos pudieron liberarse de las maquinaciones con que les persiguió a su llegada y tránsito, y, logrando internarse en la región, dieron sepultura al santo cuerpo en una pequeña colina, fabricándole un hipogeo y una pequeña iglesia. Sus discípulos permanecieron en su custodia hasta que, a su muerte, fueron enterrados al lado del Apóstol por los naturales del país, que se convirtieron al cristianismo».

Con unas variantes tan amplias y un sustento tan débil, no es de extrañar que los datos que siguieron a la localización del sepulcro del Apóstol repitiesen esta disparidad de opiniones que el pueblo llano nunca se molestó en contrastar por temor a posibles rebajas en el cómputo de sus indulgencias. Y como siempre, un hecho natural sin posibilidad de unificar criterios por la propia naturaleza de su contenido y la dispersión de quienes formaban el gran cuerpo de la Cristiandad terminó ofreciendo diferentes versiones que han sido nuevamente retorcidas con la aparición de ciertos sepulcros y reliquias en las excavaciones realizadas hace unos sesenta años con motivo de la consolidación de los cimientos de la Basílica.

Expongo, a continuación, algún contraste a este respecto, para que se entienda mejor la inevitable proliferación de leyendas, que a pesar de su ingenuidad y disparatada argumentación, no han logrado nunca desvirtuar el mensaje y el tirón de este enigmático Camino.

Nuestro incombustible ex presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga Iribarne, escribía en el suplemento monográfico citado anteriormente: «En el 813, Teodomiro, obispo de Iria Flavia, en un lugar incógnito y abandonado, que más tarde recibía el nombre de Santiago, descubre el mausoleo con el sepulcro que reconoce como el primer Apóstol mártir. Sería ésta la primera excavación originada en el lugar donde se organizaría después el Burgo de Compostela». La noticia se expande por todo el mundo. Carlomagno peregrina «visionaliter» a este lugar. Con el Emperador la épica acoge y propaga el acontecimiento, y la monarquía (la del Reino de Asturias a la cabeza) apoya decididamente la «inventio» apostólica con las previsibles consecuencias políticas».

Por el mismo autor citado en el libro del «Camino en Castilla y León», se puede leer: En una fecha incierta de principios del siglo IX, durante el reinado de Alfonso II de Asturias, un ermitaño llamado Pelayo observó fenómenos luminosos cerca del lugar donde habitaba. Teniéndolo por cosa sobrenatural, advirtió al obispo de Iria Flavia, Teodomiro.

El Prelado y sus fieles, conducidos por una estrella, dieron con una cueva en cuyo interior había un arca de mármol. Dentro del arca descubrieron los restos de Santiago el Mayor. Cuando el monarca descubrió este suceso, mandó construir una capilla sobre la tumba del Apóstol.

Xosé Ramón Pousa, dice al respecto: «Sería absurdo plantearse hoy la espinosa cuestión de si se encuentra o no en Compostela la tumba del Apóstol, ya que el curso de los últimos mil años es irreversible». Sánchez Albornoz lo deja bien claro en su libro España, un Enigma Histórico : «La realiad de la presencia del cuerpo de Santiago en Compostela no habría producido resultados de mayor relieve histórico que los provocados por la fe clara, firme, profunda, exaltada que tuvieron los españoles y los europeos durante siglos, en la milagrosa arribada de los restos apostólicos a tierras de Galicia». La fe mueve las montañas. Poco importa que el sepulcro compostelano sea o no el sepulcro del Apóstol.

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