Diario de León

CONCURSO DE REDACCIÓN DIARIO DE LEÓN

Don Anselmo

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Hoy es un día triste. Me ha escrito mi prima Adela y entre otras cosas me dice que la pasada semana murió D. Anselmo. Así que he decidido contaros esta historia para aportar mi pequeño recordatorio a tan singular persona. Había ido a pasar las vacaciones al pueblo de mis primos, Villalón. Todas las mañanas nos juntábamos con Luis y Solé que eran los vecinos de Adela. Un día les pregunté que se hacía el día de la fiesta. Adela me dijo que nada especial y me explicó que los más significativo era, aparte del baile, la elección de la Reina de la Fiesta. Entonces pregunte -”¿Y si nosotros nos presentamos a...?

-”Olvídalo -”dijo Solé interrumpiéndome-”. D. Joaquín, «el dedales» lleva dos meses confeccionando un vestido para su sobrina.

-”No le servirá de nada -”dijo Adela-”, pasará como todos los años, el Marqués irá a la capital y comprará el vestido más caro y maravilloso que encuentre, y como siempre ganará una de sus hijas. De repente, allí estaba él, D. Anselmo. Era un hombre tosco, de larga barba y con aspecto desaliñado. Vivía sólo en una vieja casa a las afueras del pueblo. Nos acercamos y Luis nos presentó. A mí su mirada me gustó, estaba llena de ternura. Tenéis que chinear al Marqués_ balbuceó de repente. -”¿Qué?-” dijimos. Tenéis que chincar al Marqués -”repitió-” y llevaros el maldito premio. -”¿Nosotros? Venga ya Anselmo, no tenemos ni tiempo ni dinero -”recriminó Luis-”. Tiempo sí -”contestó-” y dinero no hace falta, la cuestión está aquí -”dijo señalando su cabeza-”. La solución está en la triple erre. Entonces esbozó una sonrisa y con su bastón escribió en la tierra R-”R-”R. La clave está en la imaginación y la reutilización, yo os ayudaré. Urdió un plan ilusionante al que de inmediato nos pusimos manos a la obra. Esa misma tarde empezamos a recoger todo tipo de restos inservibles. D. Anselmo era muy habilidoso con las manos y nos enseñó muchos trucos. Convertimos su trastero en nuestro cuartel general y fuimos dando forma al proyecto.

Por fin llegó el gran día y nos dirigimos a casa de D. Anselmo.

-”Venga Solé prepárate -”dije.

-”No -”contestaron casi al unísono-”. Lo llevarás tú.

Yo me negué pero no hubo manera, ya lo habían tramado. Me lo quisieron brindar como buenos anfitriones.

La gente se agolpaba en la Plaza. Tras las cortinas del tenderete de titiriteros estábamos los concursantes.

Primero salió la sobrina del «dedales», con un vestido fucsia, perfectamente entallado y una pamela a juego que quitaba el hipo. Toda la plaza dio un fuerte aplauso.

Después apareció la hija del Marqués, su carísimo vestido era indescriptible, una mezcla de lujo y sofisticación que jamás había visto. En la plaza sólo se oyó un ¡Oh! De exclamación. Daba por sentado que un año más ganaría el dinero del Marqués. Y por fin, mi turno. Salí airosa, orgullosa, segura de mí misma. La gente quedó sin palabras, lucía una larga capa que D. Anselmo había confeccionado con los cartones, cola y agua, estaba perfectamente cubierta con trozos de papel de aluminio que con el sol hacía unos reflejos maravillosos. Pero lo mejor estaba en la cabeza; con los corchos entrelazados con alambre portaba un postizo de larga melena rubia sembrada de tirabuzones; la cara la cubría con un hermoso velo hecho con las tapas de los yogures, que se movían alegremente y brillaban a cada paso que daba; por delante una falda, parecida a la de los romanos, hecha con los platillos de las botellas, que según caminaba se golpeaban uno con otro y provocan un sonido que a mí me parecía música celestial.

Hice un reconocimiento visual a la plaza. Allí estaban mis tíos, con los ojos llenos de lágrimas; en el centro Adela, Jonathan, Luis y Solé saltando y dando gritos de alborozo; el jurado puesto en pie y el resto de la gente silbando; y en una esquina sólo como siempre estabas tú, querido Anselmo. Me saludó con un leve gesto de su sombrero, me dedicó una sonrisa como la del primer día, se dio la vuelta y marchó. No quería ni necesitaba reconocimiento alguno. Ya tenía el premio que más deseaba. Sí, habíamos chineado al Marqués.

Sara Miguélez Melón.

1.º ESO. San José Agustinas.

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