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Reportaje | l. urdiales

La migración leonesa

Veinte mil cabezas de ganado emprenden el ritual de la trashumancia, un ciclo agitado este año por la irrupción del calor y las reservas de alimento invernal agotadas

Un rebaño pone rumbo a los puertos leoneses de montaña.

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León

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El ritual se precipita este año, azuzado por temperaturas elevadas, por el calor que empuja a los rebaños sobre el alimento estacional más nutritivo. Las circunstancias climatológicas agitan los accesos a los pastos de verano, un ciclo capaz de explicar la evolución de la economía española de forma secular; con más razón la leonesa.

El movimiento pecuario se ha puesto en marcha una vez que lo han permitido las campañas de saneamiento animal, con un calendario de vacunaciones cada vez más amplio, rígido, exigente. El corsé de la cartilla veterinaria condiciona ahora al mismo nivel que el calor, y la situación coyuntural de un año duro en el que ha acabado por escasear hasta el alimento almacenado para superar el rigor del invierno. Con la vacuna preceptiva de lengua azul, los controles sanguíneos para descartar brucelosis o tuberculosis superados, lo único que separa al trashumante de las majadas de la cordillera cantábrica es la urgencia para llevar alimento a la boca de los rebaños. Así fue durante siglos, de sobra datados y registrados por la historia; ese ciclo, que se mueve en primavera por la fórmula simple de la supervivencia y el patrón de la productividad: picos de abundancia en verano, nula producción en invierno. Las transiciones de valle a montaña le han dado patente a un manejo que no han sido capaces de agotar los políticos, mentores en las dos últimas décadas de cambios legislativos destinados a hacer papilla la base económica de la ganadería de carne leonesa; de la que permanece prendida al sistema extensivo, ese al que se alaba de cara a la galería por su contribución a salvar biodiversidad y ecosistemas y por detrás se le aplica el garrote de la ley. Veinte mil cabezas de ganado han comenzado el pasado fin de semana la peregrinación que les llevará a prolongar un año más el rito de la trashumancia; llegarán sin pezuñas polvorientas de veredas y cañadas, sin el paso del Mara, en tránsito más cómodo y rápido que permiten camiones y tren. Veinte mil cabezas de ganado se abalanzan sobre los puertos, empujadas por el mandato de los genes, heredado de los siglos, de dejar a la próxima generación la montaña que heredaron. Intacta.

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