Piratas secuestran a un leonés en el Caribe y lo dejan a la deriva en aguas de Venezuela
El submarinista y dos compañeros fueron asaltados a punta de pistola y liberados en alta mar tras ser golpeados
Un periplo no menos rocambolesco que el guión de una película de sobremesa. En algo así se convirtió el viaje de vacaciones emprendido hace escasas semanas por Alan Egan, profesor irlandés afincado en León, el médico asturiano Carlos Lorenzana y el armador madrileño Alberto Pérez en aguas del Caribe, donde fueron asaltados por un grupo de piratas cuando navegaban por la costa venezolana rumbo a Trinidad y Tobago. El secuestró duró algo más de una hora y los asaltantes, armados con pistolas que utilizaron en cierto momento para atemorizar a sus víctimas, se llevaron el dinero, documentos, toda la ropa y la comida, tecnología, equipos de buceo y lo que les pareció bien arrancar de la propia embarcación, tal y como recoge la denuncia que después presentaron ante las autoridades policiales de Isla Margarita, donde arribaron a las nueve horas sin ningún tipo de comunicación por radio ni orientación GPS. Llegaron a tierra con lo puesto, que en uno de los casos era el traje de baño. En esa situación de indefensión, aún atemorizados por el violento abordaje, aseguran que no recibieron apoyo alguno de las autoridades consulares, que les respondieron vagamente por teléfono y ofreciéndoles como única solución que viajaran hasta Caracas, a cientos de kilómetros, para resolver su estatus ante el Consulado General, una posibilidad remota para ellos en aquel momento.
Ya en España y con el susto sin quitar del cuerpo, Alan y Carlos han accedido a realizar una amplia entrevista y relatar su odisea desde que partieron de Puerto de la Cruz, en la costa venezolana, el pasado mes de septiembre rumbo a la isla de Trinidad, donde el patrón debía entregar la embarcación a un nuevo cliente. Llevaban tres días de navegación, costeando. Se habían quedado escasos de comida y decidieron arribar en el Morro de Puerto Santo. «El ambiente que había en ese puerto era muy, muy extraño. Nadie nos habló y allí tuvieron que vernos los que luego nos asaltaron», sostiene Carlos. El hecho es que volvieron a embarcar y, cuando anocheció, a eso de las ocho de la tarde, un grupo de al menos cuatro piratas a bordo de un peñero iniciaron el abordaje. «Se acercaron y dijeron: -jefe, déjanos gasolina-. Alberto, el patrón, hizo amago de sacar una pistola del pantalon y se echaron para atrás, pero cuando vieron que no tenía arma se lanzaron al barco en un momento», cuenta Alan. Según el relato que figura en la denuncia, pegaron violentamente al patrón y le ataron de pies y manos. A otro de ellos le golpearon en la cabeza con la culata de una pistola y en el zarandeo le dañaron las costillas. Les obligaron a tirarse al suelo: «¡No me mires la cara!, ¡no me mires la cara!», les decían. Lo poco que recuerdan de ellos, pese a las telas que cubrían parte de los rostros, es que eran de ted clara, acento caribeño y que tenían en torno a 25 años. «Creo que no eran tan profesionales, si lo hubieran sido nos hubieran matado allí mismo», especula Alan. «Lo primero que nos dijeron -"renueva el recuerdo-" es que no querían extranjeros en Venezuela».
Les separaron y les fueron quitando, uno a uno, todas sus pertenencias, incluso las que llevaban puestas. «Papi, regálame el microondas», les dijo uno mientras arrancaba el electrodoméstico de la cocina. Se llevaron todo excepto dos pasaportes y una tarjeta de crédito que creyeron inservible. Antes de irse, les exigieron que esperaran cinco minutos para salir a cubierta. «Eso hicimos». Se quedaron prácticamente aturdidos. Los piratas se habían llevado la radio y hasta el motor fueraborda, por lo que tuvieron que navegar casi a ciegas por el Caribe hasta que llegaron al amanecer a Isla Margarita. Denunciaron los hechos ante la policía portuaria, que reclamó la ayuda del cónsul honorario. «Ni siquiera nos atendió: le dijo al jefe de policía por teléfono que no podía hacer nada y que contactásemos con el Consulado General en Caracas». La embajada les ofreció ayuda, pero para ello debían trasladarse a cientos de kilómetros hasta la capital del país, donde los servicios consulares resolverían la situación administrativa de los secuestrados. Se da la circunstancia de que su estatus era en ese instante realmente complicado porque sólo tenían la carta de salida de Venezuela. «A efectos burocráticos, no éramos turistas», afirma Alan. «Pues todo el apoyo que no tuvimos de la diplomacia española lo recibimos de un español que era gerente de un hotel, que al conocer circunstancialmente nuestro caso nos dio cama y comida durante tres días, hasta que conseguimos comprar un billete de vuelta para España». Inicialmente iban a regresar el día 22, pero, aterrorizados, adelantaron la vuelta dos semanas, lo que, además, les supuso un sobrecoste de 800 euros a cada uno. «La sensación de desprotección fue pavorosa. Incluso el jefe de Policía nos reconoció que habíamos tenido mala suerte porque todos los europeos con problemas llegaban a denunciar acompañados del cónsul». En febrero, en un suceso similar, los piratas mataron a un ciudadano alemán y su mujer quedó 13 días a la deriva. El Ministerio de Asuntos Exteriores admite que el Consulado de Isla Margarita no tiene competencia para expedir documentos, pero no da respuesta al desamparo del que se quejan los españoles.