Diario de León

Vidas después del cáncer (VI)

Estanislao de Luis Calabuig en su despacho del campus, donde tiene una gran fotografía de un hayedo.

Estanislao de Luis Calabuig en su despacho del campus, donde tiene una gran fotografía de un hayedo.

León

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«Hay gente que se siente noqueada y otra que no habla de otra cosa», reflexiona en su despacho el catedrático de Ecología Estanislao de Luis Calabuig. Muchos de los que lean estas líneas o vean su fotografía en esta serie de reportajes se quedarán pasmados porque el cáncer pasó por su vida discretamente. Tenía 55 años cuando le diagnosticaron un tumor en el colon, una tipología especialmente relevante en la provincia de León y sobre la que, posteriormente, ha iniciado una investigación científica. «Siempre he sido muy activo y mi trabajo es precisamente de campo, por lo que me gusta andar. Y un día noté algo, no sé qué, pero algo que no era normal». Sostiene que esa aptitud del investigador de llevarlo todo más allá casi le obligó a tomar la determinación de forzar su cuerpo hasta el límite. «Si me pasaba algo, yo quería saber qué».

Enfatiza que plantar cara a los primeros síntomas «es muy importante». Empezó con una leve hemorragia en el intestino y la arrastró durante un mes hasta que se realizó pruebas y confirmó el diagnóstico. «El médico me dijo que estábamos de enhorabuena porque había gente que llegaba seis años después de los primeros síntomas». «Y yo tengo clarísimo ahora que me salvó no esperar a mañana», explica con el tono didáctico que le caracteriza. Se dio cuenta, además, que su cuerpo no respondió al estrés al que lo sometía y es cuando llegó a la conclusión de «lo difícil que es detectar algo así».

Al contrario que la mayoría, insistió en visionar el tumor. «Pfff. Me habían dicho que era un pólipo, pero...». Aquello le hizo ser consciente de la grave evolución que puede tener un cáncer si no se pilla a tiempo. «La cabeza es más importante que el cuerpo; uno puede ser optimista, pero el tumor, ya de por sí, acojona. Pero es algo que parece que siempre oyes a los demás. Y los que tienen cierta edad, enseguida ponen una cruz. Pero, cuando lo sufres, si es que sufrir es la palabra correcta, ves que no es para tanto».

Tiempo de gente. Pasaron 15 días desde el diagnóstico hasta que le operaron. «En ese tiempo tuve la cabeza en otra cosa: salía al campo, leía, pero el pensamiento estaba ahí». Recuerda el día que llegó al departamento, en el campus universitario de León, e informó a sus compañeros de la mala noticia haciendo un simple gesto con el dedo pulgar hacia abajo. «Fue un periodo de tiempo que compartí con mucha gente, con los que salía, quedaba...». Una especie de etapa de reconciliación con los demás o, más bien, al revés. «Después de la operación, te quitan parte del colon, te cosen, esperan la analítica y después a recuperarse de ese trauma». Por más que profundiza y recuerda, la enfermedad no le dio más de sí. «Aproveché que fue un 8 de agosto y en septiembre ya estaba incorporado. Si eres capaz de prever lo que te pasa y puedes anticiparlo, queda resuelto la mayor parte del problema». Por esa razón asegura que, si existieran programas o pruebas de detección precoz para todo tipo de cánceres, su incidencia bajaría muchísimo.

Se obsesionó con el cáncer y, dentro de sus posibilidades, decidió realizar alguna aportación en el ámbito de la investigación. Ahora participa en un proyecto desarrollado conjuntamente con otros especialistas y científicos para saber si existe algún componente, ya sea ambiental o genético, que explique la elevada incidencia del cáncer colorrectal en la provincia de León. El equipo de investigadores estudia, por ejemplo, el impacto del agua potable y de otros componentes ambientales en la posible aparición y desarrollo de tumoraciones de esta tipología.

El trabajo es una de las cosas a las que se ha agarrado durante este proceso. En su pasillo esperan alumnos para revisar exámenes. No parece contento con los resultados generales, pero les manda esperar amablemente cuando llaman a la puerta. En todo este tiempo, no ha parado ni se ha tomado una baja desde que conoció el diagnóstico. Ni en la Universidad de León ni en Urugay, donde también es profesor titular. En el momento del diagnóstico, su entorno académico, incluso su familia, reaccionaron con mucha preocupación. «Ahora rebobinas y piensas mucho en todo: mi mujer lo llevó bien; si me hubiera visto más preocupado, sería otra cosa, pero no cambió absolutamente nada». En abril de ese año, De Luis Calabuig había recibido el Premio de Medio Ambiente de Castilla y León, un galardón que distingue la trayectoria de una persona o equipo que trabajan por la conservación de la naturaleza. «Poco después vino lo otro y lo que hay que pensar y decir a los que estén pasando por esto es que no hay que obsesionarse por el final ni considerar al cáncer un estigma, porque no es lógico. Todos nos tenemos que morir de algo». Y les recuerda que cualquier síntoma debe llevarnos al médico de inmediato. «De hecho, tenemos que luchar en el sentido de prever lo que puede pasar». Prevención y prevención. Ese es el mensaje que lleva a todo el que puede como ex paciente y como vicepresidente de la Junta Provincial de la Asociación de Lucha Contra el Cáncer de León. «Si lo entiendes así, el cáncer es una enfermedad como otra cualquiera».

Una fase por la que también pasó el catedrático, y de la que se acuerda con cierta indulgencia, es ese momento que tiene todo enfermo, en el que determina emprender una nueva vida, con nuevas motivaciones y actividades que nunca ha hecho y ahora quiere probar. «Al principio me ponía muchos propósitos, pero luego la vida es la de todos los días y realmente sigues haciendo lo que te gusta».

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