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CONCURSO DE REDACCIÓN DIARIO DE LEÓN

Viajar ¡Es la leche!

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Me llamo Blanquita y me fabricaron en una empresa de envases. Me hicieron igual que a todas mis hermanas, todas somos iguales, pero yo soy más inteligente, tengo un brillo espectacular. Un día me llenaron de leche. ¡Qué rica! Me cerraron la boca con un tapón, me pusieron sobre un cartón al lado de mis hermanas: Cremita, Natita, y Vaquita, y nos envolvieron en un plástico. Al cabo de unos días nos subieron a un camión, íbamos muy apretadas porque también estaban todas mis primas. ¡Qué calor! Todo estaba oscuro y llorábamos de miedo. Después de mucho rato saltando nos bajaron de ese monstruo con ruedas y nos llevaron a las estanterías de un supermercado. Teníamos muchas compañeras, pero no eran tan guapas como nosotras, ni tan listas. Veíamos por los pasillos a los gigantes con piernas, unos nos miraban, otros pasaban sin más, otros nos achuchaban con sus dedos y nos clavaban las uñas. ¡Qué daño! Pero, por fin, un día llegó una familia caminante y nos metió en el carro de la compra. Eran muy amables, nos trataban con delicadeza y nos pusieron con cuidado en su despensa. Teníamos muchos vecinos, latas, cartones, plásticos, papeles, cuerdas... Un atardecer llegó la mamá y nos cogió por el asa a las cuatro. Nos llevó a la cocina, nos desenvolvió y nos metió a todas dentro del frigorífico menos a Cremita. ¡Qué frio! ¡Qué olores! Allí había de todo, carne, pescado, tomates, pimientos, zanahorias, lechuga, cebolla, naranjas, peras... A Cremita la cogió con una mano, la destapó, la dio la vuelta y dejó caer su líquido blanco en un recipiente alargado para el alimento de un semigigante pelón. Luego nos la llevó a nuestro lado. Estaba aterrorizada, mareada y se sentía vacía. Se pasó toda la noche llorando de sed. Por la mañana habíamos conseguido calmarla cuando de repente se oyó un terremoto. Era sábado, no había colegio y los niños se levantaron. Abrieron la puerta de la nevera y cogieron a Cremita, la desenroscaron la boca y llenaron sus vasos de leche, no dejaron ni una gota. Cuando acabaron de desayunar la tiraron a la bolsa de basura. Allí se encontró con los restos de la cena del día anterior, mondas de patatas, cáscaras de huevo, huesos de aceitunas, chicles... ¡pero como era posible que no reciclaran!

Sin darnos tiempo ni a pensar el papá cogió a Natita, abrió el tapón y echó un poco de leche en su taza de café y en la de su mujer. Después se despertó el gateante no andante, le llenó el biberó y guardó a Natita en el frigorífico. Natita tenía hambre porque tenía un hueco muy grande en su barriga. Le rugían las tripas y estaba agotada. Se quedó dormida pero se volvió a abrir la puerta y la cogieron por el cuello y la sacaron. Desde dentro Vaquita y yo estábamos temblando de miedo. Nuestra hermana ya no regresó. Volvieron a rellenar el biberón del pequeño gigante y Natita fue a hacer compañía a Cremita. Después cerraron la bolsa de basura y se las llevaron a las dos al contenedor. Allí sí que había de todo. ¿Pero alguien recicla en este vecindario? ¡Que panda de guarros! Al día siguiente otra vez la misma historia. Se abrió la puerta y una tenaza de cinco dedos cogió a Vaquita por la cintura y se la llevó. Vasos llenos de leche, tazas de café y el biberón del chupóctero enano a rebosar. Mi hermanita regresó conmigo, yo intenté animarla pero estaba triste. ¡Que final nos espera! Me dijo entre lágrimas.

Era domingo y la familia marchó de campo. ¡Que paz! ¡Que tranquilidad! Pero el festivo se acabó y por la tarde otra vez el pequeño vampiro reclamando su leche y Vaquita a dársela y seguidamente al cubo de la basura de cabeza.

Pasé toda la noche sola, pensando que yo no me había movido de allí y que mis hermanas estarían viajando y conociendo paisajes, otros envases, otros recipientes. ¡Qué envidia! Por la mañana una puerta se abre, una mano que aparece, que me agarra, que me abre la boca, que hace llorar en un vaso, en otro vaso y en otro, una una taza, en otra taza, en un biberón, que me vacía, que me tira. ¡Que me caigo! El aterrizaje fue en la bolsa de la basura. Pero lo que no saben esos monstruos es que me encontré a Vaquita, estábamos las dos arrugadas como pasas pero estábamos juntas. El papá al ir a trabajar nos tiró junto a nuestras hermanitas, Cremita y Natita. Me contaron sus viajes, dentro, fuera, boca abajo, boca arriba, dentro, fuera y a la basura. Yo pensé, viajar, ¡es la leche! Me acordé de las historias de mi abuela, estaba en una vitrina de exposición de la fábrica, porque había sido el envase «un millón». Estaba muy orgullosa de estar allí, pero sabía que nunca viajaría a ningún sitio. De pronto oímos el ruido de un camión, se paró frente al contenedor, lo alzó por los aires, nosotras cuatro nos agarramos y ¡zas! Una caída al vacío. Pensé que nos esperaba otra aventura. ¿pero dónde nos llevaba ahora? El viaje se hizo interminable, no veíamos nada. ¡Por fin llegamos! Era un edificio en el que se leía «Centro de Tratamiento de Residuos». Mis hermanas y yo nos sentimos aliviadas, allí descansaríamos. Ya no viajaríamos más, ¿para qué?, ya no teníamos leche.

Xiomara Gutiérrez Porro

5º Primaria. CRA Maestro Emilio Alonso

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