Diario de León
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Miguel Paz Cabanas escritor

Hace ahora unos meses, un responsable del Diario de León tuvo la feliz idea de reunir a todos los columnistas que colaboraban en las páginas de opinión del periódico, no con la intención de insinuar algún tipo de tendencia o consigna editorial, como se podría suponer (o peor aún, para organizar una de esas reuniones de coaching o brainstorming que tanto abundan en estos tiempos), sino simple y llanamente para que nos conociéramos en torno a una mesa fraterna y unas viandas.

Algunos, desde luego, ya eran viejos compañeros de oficio, y otros, como el que esto escribe, acudía al encuentro por primera vez en su vida. Viéndolos allí, imaginé a todos aquellos colegas duchos y curtidos como a una partida de exploradores, profesionales que llegaban de geografías más o menos remotas y que se congregaban para calibrar si les merecía la pena participar en una inminente expedición ártica.

Me dieron esa impresión, la de tipos que saben el terreno que pisan, un poco de vuelta de compromisos ceremoniosos y, desde luego, dueños de ese aplomo desafiante que tienen aquellos que han sido testigos de sucesos irrepetibles. Y también me hicieron pensar que si habían aceptado romper su rutina y compartir parte de su valioso tiempo, no lo habían hecho por una inercia cortés, sino porque la persona que les convocaba tenía para ellos suficiente criterio y ascendencia. Uno de esos capitanes que despiertan a partes iguales simpatía y confianza, y que logra que incluso los escépticos acepten su invitación y decidan navegar con él. Aquel capitán se llamaba Vicente Pueyo y era la única persona que conocía por su nombre a todos los que nos sentábamos a esa mesa.

No puedo explicar con palabras la profunda y amarga desolación que me produce su pérdida. Tendré que decírselo a mi hija, que siendo una alumna en prácticas, a menudo me hablaba del humor silencioso e inteligente de aquel sereno capitán. Creo que lo admiraba como a un buen maestro.

En cuanto a mí, lamento no haber conversado más a menudo con él. Hay otras personas que lo conocían mucho mejor que yo, pero me tomo la libertad emocionada de decir que Vicente, un hombre íntegro, un periodista de raza, ha dejado al marcharse una insondable sensación de orfandad.

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