Diario de León

18 de ENERO de 1961

El perenne frío leonés

?3ada día escribía de tres temas. En esta ocasión se centró en las eternas mínimas que marca el termómetro leonés. Y en la oficina de objetos perdidos y sus singulares hallazgos

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León

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Como fría coletilla de los diarios hablados de Radio Nacional, suele darse el nombre de León, en el boletín meteorológico, con la temperatura mínima. Esos tres o cuatro grados bajo cero son el trocito de hielo que le ponemos cada día al cóctel de la actualidad.

Pero ese lacónico y desapacible dato sobre las temperaturas que aquí soportamos, va a dejar por ahí la idea de que León es una ciudad sañudamente fría y, lo que es peor, una ciudad sin vida. Las bajas temperaturas solemos asociarlas mentalmente a una idea de estepa y soledad. Nada tan lejos de la ferviente realidad leonesa. No faltará oyente de España que no imagine amordazados por el frío, que imagine a León como una ciudad de puertas cerradas e invernales silencios. A ese bajo cero que casi diariamente se nos adjudica, habría que añadirle la salvedad de la buena cara que aquí le ponemos al mal tiempo. La vida social, cultural o de esparcimiento y, por supuesto, la vida de trabajo, no pierden vitalidad ni fervor con las bajas temperaturas. La verdad es que los climas duros suelen acarrear una cierta paralización del hervor humano, pero eso no pasa aquí. El leonés sale cada día de su casa dispuesto a vérselas con el bajo cero, dispuesto a hacer su tarea y tomarse sus tapitas y dar su paseíto e ir y venir cuanto sea necesario. El espectáculo vital de la ciudad no se desluce por nada. En la vida leonesa se desconoce el «si el tiempo no lo impide». Hasta hemos tenido un cerezo que ha florecido en enero. A la coletilla meteorológica de «la mínima de tantos bajo cero en León», había que añadir «Pero la vida sigue».

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Llegó y pasó San Antonio Abad, con su patronato del viejo hospital, con sus gratas tradiciones populares, con su devoción y su costumbre. De tales fechas y conmemoraciones, de tales usos y costumbres se va tejiendo la continuidad de una provincia que trae cada día a su resuelto perfil la modernidad, a su riguroso progreso, una punta del viejo tiempo minucioso y ennoblecido.

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Los leoneses han perdido un rosario, unas cuantas bicicletas, un aparato quirúrgico y un paraguas. En la oficina de objetos perdidos se encuentra el variado lote a disposición de quienes acrediten ser sus dueños. También por las cosa que pierden sus habitantes puede conocerse —quizá— a una ciudad. Aunque no esté nada bien perder un rosario, se ve que León es ciudad rezadora, espiritual, piadosa. Seguro que en Las Vegas, por ejemplo, no se pierde ni se encuentra ningún rosario, si es cierto lo que se nos cuenta de Las Vegas. Lo de las bicicletas deja bien claro que no todos los leoneses tienen ya coche, ni mucho menos. Y por otra parte, que abunda el leonés autotransportado, ¿Será que no anda muy bien la cosa de autobuses...?

En cuanto a los otros dos objetos perdidos y encontrados, el inventario resulta ya francamente divertido. Un aparato de cirugía y un paraguas. ¿Quién no ha olvidado alguna vez en su vida un paraguas? Nunca sabe uno si alegrarse o malhumorarse cuando pierde el paraguas. ¿Qué cirujano apresurado olvidó ese instrumento de quirófano? ¿Qué apendicitis urgente está esperando esas pinzas, esas tijeras, ese bisturí perdido y encontrado...?

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