Un capuchino leonés centenario
Fray Balbino de Ferral es el más antiguo de la Orden.
Más de dos siglos llevan en León los padres Franciscanos Capuchinos predicando la paz y el bien que su fundador les demandara. Imposible resultaría reseñar siquiera las muchas actividades, misiones y labores religiosas, benéficas, culturales y sociales que en ese tiempo han realizado en la ciudad. Baste decir que en toda familia leonesa se guarda algún recuerdo agradecido del favor o la asistencia que de ellos recibieron. Y que el propio Ayuntamiento de León así lo ha reconocido y perpetuado dando el nombre de algunos de sus miembros a varias calles y levantando frente al Convento un monumento como prueba de agradecimiento y de homenaje. Es sin lugar a dudas la Orden religiosa más leonesa, ya que ninguna otra ha contado a lo largo de su historia con tantos miembros procedentes de nuestra tierra. Durante muchos años, especialmente a mediados del siglo pasado, fue León la provincia española que más aspirantes aportó a la Orden y siempre en mayor número que al resto de las congregaciones. Al ser costumbre de los Capuchinos el que sus miembros adoptaran como apellido el nombre del pueblo del que procedían, ocurrió que por sus conventos de todo el mundo era divulgada y conocida la geografía leonesa. Y mención especial merece, por lo excepcional y relevancia que tanto para León como para la Orden tiene, el que nada menos que ocho capuchinos leoneses fueran nombrados obispos, la mayoría de ellos en las tierras de misión a las que habían acudido voluntariamente y a los que de esa manera distinguía la Santa Sede.
No extrañará por tanto que sea un capuchino leonés, el hermano fray Balbino de Ferral, a punto de cumplir los cien años de edad y llevando ochenta y dos vistiendo el hábito marrón, el más anciano y con mayor antigüedad de la Orden. Reside actualmente en el convento de Gijón y aunque su vista y sus piernas ya no le acompañan, su mente se mantiene lúcida hasta el punto de que todos los días, al amanecer, tienen que impedirle que acuda a desarrollar las labores de la iglesia y del convento porque, según él mismo manifiesta, quedan muy pocos padres y son muy mayores para tanto trabajo. A sus cien años de vida sigue declarándose feliz y orgulloso de haber sido siempre un humilde servidor de Dios y de los hombres. Algo que en los tiempos que corren invita a reflexionar.
Pero es que, además, tan venerable paisano nuestro tiene en su haber una de las biografías más apasionantes e incluso dignas de ser noveladas. Durante la guerra civil española, residiendo en Madrid, en la iglesia de Jesús de Medinaceli, se salvó milagrosamente de ser fusilado en Paracuellos de Jarama, suerte que no tuvieron sus compañeros, sin haber cometido más delito que el de vestir el hábito franciscano. Años más tarde, destinado en Cuba, en el convento de La Habana, donde vivió durante quince años, le sorprendió la revolución castrista. Se había hecho tan popular y querido y tal era la veneración que por él sentían las clases más humildes, que el propio Fidel Castro, a quien había conocido antes de que se echara al monte, tras triunfar la Revolución, le citó personalmente en el Palacio Presidencial para aconsejarle que abandonara la isla antes de que ordenara la expulsión de las órdenes religiosas. No sólo se negó y defendió a sus hermanos, sino que aquella entrevista, que terminó en enfrentamiento y en su inmediata salida de Cuba, tuvo gran repercusión e incluso de ella se hizo eco la prensa española. Aun recientemente, ya en Gijón y habiendo superado los ochenta años, fue brutalmente agredido por un delincuente al que sorprendió robando en el interior de la iglesia.
El próximo mes de agosto, Dios lo quiera, fray Balbino de Ferral cumplirá los cien años de edad. De vida santa y ejemplar. De auténtico y humilde capuchino. Y de leonés ejerciente, porque junto a la paz y el bien, siempre le acompaño en un saludo el recuerdo de su Ferral de Bernesga en cuya iglesia se inició como monaguillo. Sus hermanos capuchinos aguardan ilusionados fecha tan feliz para renovarle, agrandando, el homenaje que ya le tributaran recientemente con ocasión de celebrar sus bodas de diamante en la Orden. Nacido para el mundo como Ambrosio Láiz Trobajo, su dilatada y sorprendente trayectoria humana como sencillo servidor de Dios y de los hombres, de lo que tan feliz y orgulloso se siente, parece presagiar que el hermano fray Balbino de Ferral se ha hecho merecedor de la vida eterna, así en la tierra como en el Cielo.