Urgencias recibe menos inmigrantes en el primer día de retirada de las tarjetas
El recelo deja un suave descenso de actividad en el Hospital y los centros de salud.
«Quieren vernos morir como perros, en las aceras. Es lo que nos queda. Ya no es que no haya trabajo, que eso lo podemos entender. Es que quieren quitarnos hasta la dignidad».
Habla más desde el desánimo que por boca de la ira, pero a medida que se anima la conversación, se va calentando y al final le sale el exabrupto. «Ni te voy a decir mi nombre ni me voy a dejar hacer fotos. No es nada contra vosotros. Es sólo que este cuento ya me lo conozco yo y en cuanto reconozcan en el periódico, a la próxima vez que vaya a Extranjería me van a pedir esto, me va a faltar lo otro, me van a retrasar aquello... y no quiero líos». La familia la componen dos varones, tres mujeres y cinco infantes muy quietos y especialmente calladitos. Son todos marroquíes. «Yo vivo en Murcia», explica el otro hombre. «He venido a visitar a mi hermana y mi mujer se ha puesto enferma. Tenemos papeles pero somos desplazados. Me imagino que nos atenderán igual».
El primer día de la aplicación de la norma que elimina la tarjeta sanitaria a los inmigrantes en situación irregular apenas tuvo incidencia en León. «Nos hemos fijado que hoy, curiosamente, hay menos movimiento de extranjeros que otros días», explican ávidas dos de las celadoras del turno de urgencias. «Normalmente son gente poco disciplinada para cumplir los horarios, pero los sábados por la tarde y los domingos, llenan la sala de espera. Y hoy fíjate qué hora es (el reloj marca casi las seis) y no ha aparecido ninguno».
En la calle un joven se marea y sale el vigilante de seguridad a ver qué pasa. Se lo llevan en una silla de ruedas y a otra cosa. Un matrimonio dominicano contempla la escena en el acceso de entrada y la película es la misma. «Fotos no, por favor. Nosotros llevamos cuatro años en España, tenemos todos los permisos y no queremos jaleos».
El quid de la cuestión
Pero cuando la conversación toma un tono más distendido, el padre da con el quid de la cuestión: «Hoy no tengo problemas, pero no tengo asegurado que me vayan a renovar el contrato de trabajo y si me quedo en paro, me quedo sin permiso y sin atención médica. Qué hago, ¿cojo el avión a Santo Domingo?». Mientras habla le mira una niña que no llega a los tres años, con ojos de azabache y lágrimas de cristal. «Tiene fiebre, está malita». El interlocutor trata de tomarle la mano para darle un besito cariñoso y la niña recela; como la madre: «Vámonos, que se hace tarde».
En el centro de salud de Eras de Renueva la tarde pasa plácida. La sala de espera está vacía: «Raro», explican en recepción. «Muchas veces dan más guerra los nacionales que los extranjeros», apostilla el vigilante. «No hemos notado nada raro, es un sábado tranquilo pero no hay más españoles ni más extranjeros que otros días porque la verdad es que no ha pasado casi nadie por aquí».
Un vistazo rápido al otros centros de salud aporta la misma conclusión: «Esto irá notándose con el tiempo, ahora es muy pronto y además es un fin de semana un poco raro, hay mucha gente que todavía no ha vuelto de vacaciones».