En recuerdo de la dignidad
Un libro-homenaje recoge la vida y el trabajo de Encina Cendón, la desaparecida presidenta de Aerle fallecida en 2011 .
Su vida estuvo dedicada en los últimos años a recuperar la memoria de los perdedores de una guerra que nunca debió existir, «aquella lejanía ensangrentada», como recuerda el poeta Antonio Gamoneda en un poema que se publica en el libro-homenaje -Valor y memoria- que acaba de salir a la luz y que pronto se presentará
Encina Cendón (1960-2011) puso dignidad a muchos hombres y mujeres olvidados al frente de la Asociación de Estudios sobre la Represión en León (Aerle). Fue su día a día hasta su adelantado final, cuando todavía tenía por delante muchos proyectos. «Esa pasión», como dice Pedro G. Trapiello en su colaboración, «le hizo llevar siempre el corazón por fuera y por delante; insensata generosidad; eso siempre tienta a la muerte que roba a ciegas acechando la ventaja que brinda quien por ocuparse de dolencias ajenas, se despreocupa o pospone sus intereses propios».
40 semblanzas rinden memoria a esta berciana nacida en San Román de Bembibre, en el seno de una familia humilde, de clase obrera. Como dice el periodista Eduardo Aguirre, editor del libro, «cuarenta ecos individuales que forman una sinfonía, armoniosa y coherente, sobre una incansable luchadora», quien pese a las dificultades, nunca perdió la sonrisa en sus labios, «compatible con su fuerte carácter», añade Aguirre en el prólogo.
Gamoneda, José María Calleja, Ramiro Pinto, Pedro Trapiello, Luis Miguel Rabanal, Graciliano Palomo, Alfonso García, Rogelio Blanco, Fermín Carnero, Juan Rodríguez Lozano, Llamazares... A lo largo de algo más de 170 páginas, el libro, cuidadosamente editado, recorre su vida, su trabajo al frente de Aerle, su pasión por su familia contada a través de las mejores fotos de su álbum personal. La presencia, siempre en un discreto segundo plano, de su marido, Felipe Alfonso Canedo, gran impulsor del libro junto a su hijo.
«Nada es más importante que mirar a la condición humana por encima de cualquier barrera que alguien quiera levantar», escribe Alfonso García. «Sólo los países que han padecido tragedias colectivas semejantes y han ejercitado la memoria histórica han podido consolidar mejor su democracia», firma Juan Rodríguez Lozano. «Abandonar la obra de Encina ahora sería, no sólo una traición a ella, sino a todas las personas que siguen esperando que sus desaparecidos y sus muertos descansen definitivamente en paz», recuerda Julio Llamazares.